CONTEXTO SOCIO-HISTÓRICO DE UNA CIUDAD QUE SIGUE RESISTIENDO: EL CASO DE CALAMA, CHILE

Socio-historical context of a city that continues to resist: the case of Calama, Chile

 

Andrea Ibacache-Corante[1]

 

Recibido: 30/10/20

Aceptado: 19/01/21

 

Resumen


El presente artículo pretende entregar una descripción general teórica sobre diversos aspectos que inciden y conforman la realidad socio-histórica de la ciudad de Calama, región de Antofagasta, Chile. Las características geográficas como la altura y la aridez propias del Desierto de Atacama; la categoría de “ciudad dormitorio” por la alta movilidad de trabajadores mineros, el narcotráfico, prostitución y bonanza económica; entre otros, podrían incidir en la estigmatización del territorio, donde sus habitantes deben resistir obstáculos climáticos y ambientales. Otros factores como el extractivismo minero y el origen indígena de sus habitantes, también permiten conceptualizar el contexto de una de las ciudades que más aporta al PIB nacional, pero con un discreto financiamiento en sus políticas públicas. Ante hechos imprevistos como el estallido social del 18-O y la pandemia del COVID-19, estos flancos quedan expuestos y parecen contribuir a la vulnerabilidad de la población calameña. La desconocida realidad de uno de los territorios más inhóspitos de Qollasuyu se refleja en la sensación de abandono y despojo por parte de sus habitantes.

Palabras clave: Calama, medioambiente, extractivismo, Qollasuyu.

 

Abstract

This article aims to provide a theoretical overview of various aspects that affect and shape the socio-historical reality of the city of Calama, Antofagasta region, Chile. The geographical characteristics such as the height and the aridity typical of the Atacama Desert; the category of "dormitory city" due to the high mobility of mining workers, drug trafficking, prostitution, and economic boom; among others, could influence the stigmatization of the territory, where its inhabitants must resist climatic and environmental obstacles. Other factors such as mining extractive activities and the indigenous origin of its inhabitants also allow for the conceptualization of the context of one of the cities that contributes most to the national PIB, but with discreet financing in its public policies. In the face of unforeseen events such as the social explosion of 18-O and the COVID-19 pandemic, these flanks are exposed and seem to contribute to the vulnerability of the Calama population. The unknown reality of one of the most inhospitable territories of Qollasuyu is reflected in the feeling of abandonment and dispossession by its inhabitants.

Keywords: Calama, environment, extractivism, Qollasuyu.

 

Cómo citar

Ibacache-Corante, A. (2020). Contexto socio-histórico de una ciudad que sigue resistiendo: el caso de Calama, Chile. Intervención, 10(2), 90-108.

 

1. Introducción

El presente texto considera las particulares condiciones de vida de los habitantes de la ciudad de Calama, en la Región de Antofagasta del norte de Chile; ciudad minera limítrofe con Bolivia y Argentina. La comuna de Calama alberga a una población de 165.731 habitantes según el Censo 2017 (INE, 2019).  Es incorporada oficialmente al territorio chileno tras la Batalla de Topáter el 23 de marzo de 1879, el primer enfrentamiento de la Guerra del Pacífico. A pesar de los conflictos limítrofes que persisten con Bolivia, Calama aún conserva una serie de rasgos característicos de Qollasuyu, su cercanía y constante flujo con países cercanos, su marcada ancestralidad indígena; rasgos que Chile intenta no considerar. A pesar de ello, en el año 1993 con la promulgación de La Ley Indígena Nº 19.253, que a su vez crea la Corporación Nacional de Desarrollo Indígena, CONADI, empiezan a surgir nuevos procesos en la zona, como la incipiente etnogénesis atacameña, que logra posicionar a los pueblos lickanantay del interior como sujetos preexistentes y sujetos de derechos. Su reconocimiento por parte del Estado chileno, también ha dado pie a otros procesos de etnopolítica en sus comunidades, las cuáles hoy dialogan con entidades privadas y públicas en relación al extractivismo salvaje presente en la zona. Las tensiones de hoy se enmarcan en la extracción de litio desde el Salar de Atacama.

Precisamente una de las características preponderantes en la zona es la abundancia de recursos minerales, bonanza que se traduce en la sobreexplotación de territorios indígenas donde las prácticas mercantiles y neoliberales de Chile logran salvaguardar el extractivismo imperante. El salitre, el cobre y en la actualidad el litio, son los metales que han sustentado la industria extractivista en la zona, logrando atraer a poblaciones desde otras regiones o países. En relación al total de extranjeros que habita Chile, la región de Antofagasta concentra a un 6.7% de la población migrante (Servicio Jesuita a Migrantes, 2019). El flujo migratorio ha estado en la agenda de las autoridades, pues también se considera como un componente clave en el aumento de campamentos en la región, donde la capital regional cuenta con cerca de 60 asentamientos informales, cifras que corroboran los estudios de TECHO-Chile, quienes mencionan que en un 70% han aumentando las familias que se trasladan hasta estos sitios desde el año 2011 (TECHO-Chile, s.f.).

Las características geográficas y sociológicas de la ciudad de Calama, también asociada con narcotráfico, prostitución y falta de áreas verdes; podrían incidir en la mala reputación de la ciudad. No es extraño que la ciudad sea abordada de forma caricaturesca y despectiva en espacios cotidianos e incluso en medios de comunicación. La población calameña ha sido racializada por su origen indígena, por el alto porcentaje de población boliviana que se mueve por los territorios de Qollasuyu sin importar las fronteras de los Estado-nación actuales, extractivizada no solo por la minería. Al interactuar con los calameños, siempre se preguntan acerca de posibles razones que justifiquen el desprecio a su tierra que entrega tanta bonanza al país. La sensación de abandono acompaña a los calameños.

El estallido social del 18 de octubre de 2019 tampoco fue ajeno para la población juvenil calameña. Las manifestaciones, aunque menos convocantes que en la capital regional, Antofagasta, permitieron que la población diera a conocer su malestar en diversas problemáticas sociales. La crisis hídrica que afecta a comunidades atacameñas, la ciudad considerada como zona de sacrificio, el bajo presupuesto regional que recibe la ciudad a pesar de aportar con más del 45% del PIB minero del país (GORE Antofagasta, s.f.), entre otros; son temas que surgieron con fuerza. En tanto, con el COVID-19 se logró acentuar las desigualdades en una zona donde la producción minera no se detuvo y sigue presentando una alta tasa de mortalidad a nivel regional.

Para el presente trabajo se consideró una revisión bibliográfica de literatura especializada, de fuentes primarias y secundarias, para generar ideas que permitan acercarse al contexto calameño, considerando diversos componentes sociológicos, etnográficos, culturales, económicos y políticos. Es decir, una aproximación teórica para la comprensión de la realidad de una ciudad con características que marcan su particularidad; mencionando características culturales propias, incorporando términos decoloniales y ejemplificando con hechos recientes, como las consecuencias de la pandemia.

En el apartado número 2 se, mencionan planteamientos decoloniales y la ancestralidad indígena del territorio; en el apartado 2.1 se hace alusión a las fronteras y relación con países vecinos, relatando el pasado salitrero de la zona; en el apartado 2.2 se enfatiza la relevancia de la Corporación Nacional del Cobre, CODELCO, en la ciudad; en el apartado 2.3 se describe a la ciudad como parte del territorio atacameño o lickanantay y sus actuales tensiones con el extractivismo en la zona; en el apartado 2.4 se relaciona a modo de ejemplo, la pandemia generada por el COVID-2019 y se propone como concepto argumentativo el racismo ambiental que pudiese incidir en la contingencia local. Se concluye con aproximaciones a futuros debates y problemáticas por resolver en la comunidad.

 

2. Antecedentes teóricos críticos

 

América, o también denominada Abya Yala, vive momentos cruciales que cuestionan sus democracias y la forma en que sus gobiernos logran afrontar crisis. Sumado al cuestionamiento del modelo neoliberal capitalista, se logra visualizar polarización, crisis de legitimidad, falta de representación, racismo, xenofobia, entre otros (Quijano, 2013). Temas a considerar por las agendas que incluso lograron explotar tras la impronta del COVID-19. Abya Yala vive momentos álgidos, marcados por violencia, pero también por reivindicaciones de luchas previas a una pandemia que amenaza a los más desposeídos, recordando la desigualdad en el continente.

Como punto de inicio teórico, se consideran planteamientos decoloniales. Uno de los textos que mejor sintetiza el marco teórico decolonial es Aníbal Quijano con “Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina” (2013). La constitución de América se basa en lógicas de capitalismo colonial y de una modernidad que se sustenta en ideas europeas, viendo al viejo continente como un modelo a alcanzar. Producto de la colonialidad se instaura la noción de raza, la cual crea identidades en función de jerarquías que configuran la dominación social y que también permite argumentar otras dominaciones como las de género. Las estructuras de control de trabajo permiten generar jerarquías en función de la raza, lo que permite incluso la no remuneración de algunas acciones y podría justificar la precariedad laboral actual.

Quijano (2013) también menciona la visión que se tiene de los pueblos originarios: culturas iletradas –desconocen la oralidad- cuya cosmovisión no merece mayor rescate. La colonización desplaza saberes más profundos, por ejemplo visionar al cuerpo como objeto de conocimiento, otorgándole un “alma” desde las ideas católicas, por sobre la razón que tienen los cuerpos, otorgándoles el estatus de inferior porque “no razonan”. Mientras los colonizados aprenden la cultura de los colonizadores se reproduce la dominación. Es así como la colonialidad del poder, capitalismo y eurocentrismo conforman los factores en común para una América actual; siendo también el Estado-nación, la familia burguesa, la empresa y la racionalidad eurocéntrica, los modelos que sustentan a las actuales instituciones hegemónicas. Viendo a Europa como un centro moderno y capitalista, se seculariza la burguesía y sus pensamientos. Hoy, para los planteamientos decoloniales, es indudable el mito evolucionista de esta idea.

Diversas experiencias, recursos, productos, entre otros, terminan configurando la hegemonía europea como una aspiración cultural para países “subdesarrollados”, idea que a la vez se contrapone con la noción de modernidad. Distintas formas de conocimiento o procesos sociales, sirven como referente para instaurar la modernidad como modelo de desarrollo, progreso, avance, evolución, etc., en oposición a lo indígena visto como retraso, retroceso, etc. Para Quijano (2013) se crea una represión de producción del conocimiento local, expresión del universo simbólico y se objetiviza la subjetivación. Lo moderno es una definición ambigua y contradictoria. En tanto, planteamientos más recientes como Araujo (2017), sugieren, en definitiva, olvidar el concepto de modernidad por no calzar con la realidad actual Latinoamericana y sus procesos marcados por dictaduras, desigualdades, entre otros.

Para Segato (s.f.) la irrupción de la modernidad en los mundos indígenas podría cooptar liderazgos comunitarios con sus ideas de democracia representativa. Pero cuando priman las ideas de igualdad y razón histórica, se generan beneficios para las comunidades. A su vez, cuando las ideas de la aldea entran a la esfera pública moderna, también pueden ser vistas como una amenaza, pues entrega la opción de creación de redes corporativas y comunitarias. Esta irrupción en la identidad es compartida por Bengoa (2000), quien manifiesta que el supuesto ingreso de América Latina a la modernidad permite la aparición de la temática étnica, idea que el autor enfatiza bajo los términos de “cuestión indígena”. Esta implica la incorporación de nuevos actores y organizaciones a la esfera pública, presionando a que las autoridades e incluso el sector empresarial manifiesten políticas de relaciones para reivindicar beneficios. Sin embargo, con el término “demanda indígena” se proponen cambios más profundos, se cuestiona que ante los Estados prime la idea de “una sola nación”. La emergencia de la cuestión indígena, se convierte en una nueva forma de democratizar no exenta de utopías y contradicciones, basada ante procesos como la globalización y la modernidad.

No hay soluciones modernas para los problemas de una seudo Latinoamérica moderna, ni tampoco las soluciones a considerar deben venir de una Europa moderna. Para ello, se proponen conceptos como el fortalecimiento de las “epistemologías del sur” de Boaventura de Sousa Santos (2013), postulados particulares para realidades locales lejanas a una epistemología general y usualmente eurocéntrica. Todos estos nuevos planteamientos se construyen desde una determinada realidad, donde se expande el rango de intersubjetividad incluso cuando este conocimiento está en expansión.

Aunque Quijano (2013) habla de su existencia previa a la colonización, es en América donde se construyen relaciones de producción bajo el dominio del capital. En Chile, en los años de auge salitrero, la burguesía toma el control de oficinas salitreras generando a los primeros grupos de asalariados obreros, lo que conlleva a diversas movilizaciones de trabajadores como los primeros sindicatos obreros. Un hecho tristemente conocido que ejemplifica esta idea es la matanza de la Escuela Santa María de Iquique. Si bien el movimiento obrero en Chile permitió mejoras considerables sobre derechos laborales, la visión euro centrada de desarrollo sigue impidiendo convertir el capital comercial en industrial. Para Quijano (2013), esto se debe a la precarización laboral de los trabajadores que genera una dependencia histórico-estructural; que a su vez se ejemplifica con la siguiente incógnita: ¿Por qué vendemos cobre a China, en vez de fabricar nuestros propios productos con cobre? Hay un desarrollo económico imaginado.

García Canclini (1999) ya mencionaba este término en alusión a la idea errónea de que la globalización es un modelo único de desarrollo, pues existen relatos que no son compatibles con ideas universalistas. Hay ideas que quedan como grietas e historias que no calzan, como los migrantes, los racializados y una serie de procesos que pueden alejar y no vincular. El desafío sería qué hacer con los otros, cómo enfrentar lo diverso, como método de contrarrestar las incomprensiones que genera la convivencia global. “Para ello es necesario que la globalización se haga cargo de los imaginarios con que trabaja y la interculturalidad que moviliza” (García Canclini, 1999: 30).

La transhumancia de la zona norte de lo que hoy conocemos como Chile podría ser justificada al interpretar a esta zona geográfica como Qollasuyu. En el relato indígena, una etapa histórica de importancia para el mundo andino es la distinción de Tahuantinsuyu que entregan los incas a este territorio. El presente texto toma esta distinción geográfica como referencia por el carácter simbólico-geográfico que permanece en estos territorios, a pesar de delimitaciones que nos hablan de Estados-naciones como se mostrará en el siguiente apartado. Muchas de las lógicas ancestrales andinas se originan o incluso anteceden a este periodo, permitiendo comprender las cosmovisiones aymaras y lickanantay como una constante reconstrucción cultural que considera principios que aún mueven el quehacer del indígena en tiempos “modernos”. Por ello se sugiere hablar de Qollasuyu, la zona donde aún habita población indígena por sobre Bolivia, Chile o Perú.

Este periodo precolonial también se caracteriza por el surgimiento de una pequeña élite indígena que entrega las primeras nociones de reivindicación. La reconstitución de Tahuantinsuyu es elaborada por Túpac Amaru, proponiendo la descolonización del mundo andino. Su presencia se vuelve un referente para otros líderes indígenas que promueven sus pensamientos en sus respectivos territorios, como Katari en comunidades aymara y Tomás Paniri en comunidades lickanantay, siendo este último el más importante líder indigenista atacameño.  

Es importante no caer en esencialismos. Tahunatinsuyu contaba con sus propias formas estatales de organización, incluso en lo económico. No existían economías naturales donde las comunidades se sustentaban a si mismas. Rivera Cusicanqui (2018), comenta la necesaria desmitificación de la idea de un mercado que nos lleva al progreso y la acumulación; sino que el mercado concebido bajo lógicas andinas precoloniales de economía sagrada mediante el trueque, teniendo como base la reciprocidad y la redistribución, fundamentos de gran relevancia para la expansión incaica. La anexión de comunidades a Tahunatinsuyu permitió contar con territorios multiétnicos con cosmogonías en común que articulan deidades ancestrales a escalas mayores, generándose intercambios culturales y teniendo el bien común como eje central. En estos intercambios, también existían intercambios materiales y espirituales, los cuales también fueron recreados y resignificados para dar forma a expresiones de resistencia, como bien podrían ser las diversas festividades de Vírgenes celebradas en Qollasuyu con evidentes orígenes coloniales.

La cosmovisión indígena andina está presente constantemente en lo cotidiano de Calama. Para el CENSO del año 2002, un 4.6% de la población chilena se consideraba indígena, y de ese porcentaje, un 3% corresponde a población atacameña (Instituto Nacional de Estadísticas, 2002). Los recientes procesos de etnogénesis estiman como probable el aumento de dicho porcentaje, sumado a las recientes reivindicaciones que apuestan por la diversidad e inclusión.

Ante estos nuevos procesos de resignificación de identidades, el racismo no está exento. El racismo, como una de las principales categorías que configura a la colonialidad del poder, permite la dominación sobre los conquistados, una herencia cultural que sigue presente, de formas más invisibles. La construcción de un Estado-nación donde todos sus ciudadanos son iguales es un tema cuestionado en Chile. Las nuevas reivindicaciones y la posibilidad de construir una nueva Constitución, diluyen la sensación de igualdad y otredad.

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2.1.  Límites entre naciones y los inicios del extractivismo salitrero  

Los límites andinos podrían considerarse como difusos, simbólicos, invisibles, pero también preexistentes. Marcan las relaciones interétnicas, estrategias de desarrollo económico y el compartir cosmovisiones más allá de las naciones que, mediante una bandera y una fuerte presencia militar, creen hacer soberanía. Ejemplos de esta tensión entre naciones se refleja en la disputa por el río Silala y la salida al mar por parte de Bolivia. Sin embargo, serían tensiones que en los territorios no tienen argumentos pues solo se expresan en ámbitos institucionales nacionalistas. Es histórica, incluso anterior a los años salitreros, la convivencia intercultural en estos territorios. Para González (2016) existen diferencias entre el límite fronterizo, considerado como una problemática antigua donde la frontera marca la otredad; en cambio la línea fronteriza lo considera un concepto más reciente relacionado con la globalización, la urbanización y las alianzas estratégicas.

Las fronteras del norte grande poseen límites fronterizos bien demarcados, los cuales no coinciden necesariamente con la línea de frontera que está en la conciencia de sus habitantes, tanto de los que habitan lejos de ella como de los que viven en la frontera misma (González, 2016: 21).

Históricamente el pasado salitrero de lo que hoy se considera como el norte de Chile, permitió el “enganche” de trabajadores de diversas latitudes, conformando una sociedad multicultural que se extiende, con ciertas diferencias, hasta el presente cuprífero (Galaz-Mandakovic, 2013). La cultura andina que se va conformando no pertenece a países, sino a experiencias, correlatos, cosmovisiones indígenas y afrodescendientes, sincretismos y procesos sociales marcados principalmente por el extractivismo. No es menor el sincretismo que generan las festividades de vírgenes como La Tirana o el carnaval de Oruro, festividades que mezclan cosmovisiones y son el punto de encuentro para la población salitrera. El ciclo agrícola, que suele coincidir con estas fechas, también genera la estacionalidad de la población. González (2016) destaca el aporte aymara en la formación de cofradías religiosas (bailes) para organizar este tipo de festividades, vistos como “dispensarios de salud”; además de la lengua aymara como camanchaca, challa, etc., palabras que siguen siendo parte del lenguaje nortino. La Virgen es una madre acogedora en el medio del desierto donde sus feligreses encuentran refugio. No es menor las simbologías compartidas por Perú, Bolivia y Chile en relación a festividades religiosas y carnavales.

La población indígena fue invisibilizada en este periodo, siendo parte de la mano de obra necesaria y enganchada, una fuerza laboral que origina al movimiento sindical boliviano y al movimiento obrero salitrero. Los territorios rurales indígenas ya no quedan tan lejanos, la modernidad llega a sus límites. Bengoa (2000) señala que con las reformas agrarias se les ve como agricultores sin considerar el

aspecto étnico. Incluso las ideas revolucionarias de izquierda tampoco consideran lo étnico como categoría de análisis.

La expansión de Chile en Qollasuyu se materializa con la Guerra del Pacífico y mediante el Tratado de 1929 hasta Arica; en tanto en Calama se materializa con la Batalla de Topáter. De esta forma, el Estado chileno logra anexar territorio aymara, lickanantay y quechua. En la actualidad los desafíos fronterizos se relacionan con el narcotráfico, el contrabando, migración irregular, etc., temáticas que podrían ser abordadas transnacionalmente.

Cuando surge la República de Chile, comienza una nueva colonización de territorios. La creación de nuevas comunas y la ampliación de sus funciones y atribuciones durante el régimen militar se llevaron a cabo con la finalidad de consolidar procesos de soberanía en zonas aisladas y/o comprometidas por fronteras, cuestión que en un cierto número de casos corresponde con una alta presencia indígena. En el pasado estos fueron progresivamente desplazados hacia esas áreas de bajo interés agropecuario, áreas que corresponden en varios casos a zonas fronterizas, distantes y aisladas. Cabe recalcar que la meta de la consolidación de la soberanía nacional no favorece continuidad alguna ni respeto por las culturas de los pueblos originarios; al contrario, como política, propugna su plena integración sociocultural (Gundermann, 2007:194).

Con la instauración del sistema racista colonial en Latinoamérica, la separación por razas da pie a diversas formas de mestizaje. Bengoa (2000) señala que estamos ante un racismo que se esconde bajo el “todos somos iguales”, donde la negación de lo indígena también ha sido un objetivo para varios Estados. Esta noción racial ayuda a comprender, entre otros hechos históricos, cómo los Estados promueven a ciertos héroes bélicos como “Padres de la Patria”, los cuales, a pesar de tener probables ascendientes indígenas, no representan a la población actual. Estos imaginarios no son parte del pasado. En la sociedad actual vemos ideas como “blanquear la raza” traducidas en lo cotidiano en la sobrevaloración de todo lo que otorgue blanquitud, mientras que el mismo Estado chileno promovió la llegada de migrantes europeos al sur. Aunque sean decisiones polémicas que generan rechazo, su finalidad sigue bien instaurada en el imaginario local, donde la supremacía blanca irrumpe de tanto en tanto. La herencia indígena debiese ser reclamada por toda una sociedad, que a pesar de los mestizajes, cuenta con sangre indiana. En diversos símbolos patrios se habla de un legado de antepasados valientes, dando de hecho su extinción y promoviendo las ideas de amor a la Patria. Los territorios indígenas dejan de serlo pues son de la Patria, la Independencia no logra reconocimiento.

El proceso extractivista en lo que hoy reconocemos como el norte del país, podría considerarse como ancestral. En épocas más recientes hablamos de la bonanza del salitre, cobre y litio; entre otros elementos no metálicos alojados en la tierra con gran valor en el mercado, como también lo fue el guano. Su importancia y consecuencias en dichos territorios son aún cuestionables, a pesar de ser una de las herramientas más importantes para la consolidación del modelo neoliberal en Chile.

2.2 Movilidad social de Codelco

 Es llamativa la relación entre el pueblo atacameño, o más bien la ciudadanía calameña, y el extractivismo. Es común al revisar la bibliografía reciente, encontrar relatos de vida de atacameños que ven a la minería como un ascenso social, que de hecho funciona como tal hasta el día de hoy en Calama, dejando de lado relatos más ligados al cuidado medioambiental o a la cosmovisión indígena que valora y promueve el cuidado sobre la Pachamama, visionario que cambia drásticamente en las generaciones más jóvenes. Un ejemplo es este breve relato que cuenta la biografía de un destacado habitante de Ayquina, Roque Panire Saire:

Han sido años intensos donde se han abonado muchas historias, anécdotas, penas y alegrías. Desde su intensa vida en Ayquina hasta hoy en la ciudad de Calama su vida ha sido un ejemplo a seguir; agricultor, pastor, dirigente, trabajador de Chuquicamata y sobre todo pilar fundamental de una numerosa familia que transita entre los pueblos indígenas y la ciudad de Calama. La vida de don Roque esta marcada por un constante devenir entre Ayquina, Turi, Panire, Chuquicamata y Calama. Se crio en Ayquina, Turi y Panire, allí compartió con sus paisanos, se desarrolló, ocupo cargos, y en Turi llego a tener varias cabezas de animales. Luego bajó a Chuquicamata donde se desempeño por más de 30 años. Posteriormente Calama seria su lugar de residencia desde donde interactúa a diario con su pueblo natal (Segovia, 2009: 89).

La presencia de Codelco, también conocida como “La Empresa”, es uno de los principales motivos para la movilidad atacameña hacia Calama, donde los hombres atacameños, sostenes económicos de sus familias, valoran los beneficios que entrega la cuprífera, como el acceso a casa propia; cuyo crédito se paga a la misma empresa sin intereses, y principalmente el pago de los estudios superiores a los hijos de trabajadores. En estos relatos vemos cómo la estabilidad económica también afecta positivamente a otros miembros de la familia, nunca olvidando los orígenes y la procedencia indígena. Contar con casa propia y que sus hijos se conviertan en la primera generación de la familia que accede a la universidad, son beneficios extremadamente valorados. Recordemos que Codelco entrega una serie de beneficios poco comunes para otros servidores públicos, como salud gratuita, contar con su propio hospital, etc.

Si bien la realidad actual de Codelco es bastante distante a los nostálgicos relatos de atacameños jubilados –la contratación de trabajadores de forma directa ha disminuido, además de la pérdida de beneficios para los trabajadores y la puesta en marcha del plan de “egresos especiales”, donde se busca reducir la cantidad de trabajadores de planta adelantando su jubilación- la presencia de sus trabajadores en Calama y Chuquicamata es parte de la historia de la zona, más marcada por los romanticismos y recuerdos de infancia que genera haber habitado el campamento de Chuquicamata, por sobre una crítica bien fundamentada respecto a los altos niveles de contaminación a los que se exponen hasta el día de hoy trabajadores y habitantes de estos territorios. El traslado de Chuquicamata a Calama el año 2010, no significó cambios profundos en las políticas medioambientales ni en el nivel de exposición a la contaminación, planteamiento fundamentado en que ambas localidades se encuentran a pocos kilómetros de distancia.

Para comprender este contexto socio-histórico, se puede mencionar la tríada género/extractivismo/violencia que cuenta con un hito histórico en la ciudad de Calama: el asesinato en los años 60 de Irene Iturra Sáez, más conocida como “Botitas Negras”. El caso causa gran revuelo: el cuerpo de la mujer es encontrado enterrado en el camino que une Calama con Chuquicamata, siendo expuestas las botas negras que vestía.

En el momento en que transcurre la investigación de su asesinato, las declaraciones de los testigos dejan en evidencia al menos dos posiciones que marcan el debate público que surge a partir de este hecho. Por un lado, muestran la tensión al interior del discurso acerca de la familia monógama y el orden patriarcal que había promovido la compañía norteamericana en el campamento. Y, por otro lado, la expresión de los arreglos sexuales espontáneos, diversos y ocultos que coexistían junto a este modelo heteronormativo de las relaciones de geenr﷽﷽﷽﷽﷽﷽te modelo heteronormativo de las relaciones de gn evidencia al emnos dos posicionesénero entre el campamento y la ciudad. La visibilidad de estas posiciones que podrían haber sido la evidencia de la crisis del modelo de comunidad que aspiraba la compañía extranjera, fue expresada en discursos de violencia sexual y transgresión femenina que reproducían los mismos mecanismos de poder utilizados por los aparatos de Estado y la empresa. (Kraushaar, 2016: 21-22).

A pesar de que la minería representa el principal conflicto con comunidades, es la principal fuente laboral donde muchas familias aspiran a ser parte de ella. Sin embargo, debido a la falta de especialización, la mano de obra externa (afuerinos), es más cotizada en minería. Al igual que en el mundo aymara, el atacameño en minería es conocido por su escasa participación sindical, pero con capacidad de trabajar bajo condiciones adversas. El “afuerino” en cambio, es interpretado como un ciudadano del sur, poco formales y deshonestos, confianzudos, etc. (Gundermann, González & Durston, 2018). Estos estereotipos contribuyen a un distanciamiento o segmentación, pero no inciden en la llegada de personas de diversas latitudes interesados en nuevas opciones laborales. En particular en el caso boliviano, existe una marcada movilidad de aymaras y quechuas que cruzan las fronteras por trabajo; permaneciendo en Bolivia por labores ligadas a la agricultura, para luego volver a Chile en trabajos no estables pero remunerados mejor que en Bolivia.

Si nos acercamos al contexto económico, dentro de las cuatro regiones mineras del país, la región de Antofagasta aporta con un 64% de la extracción minera del país, en un contexto propicio para fortalecer la economía extractivista, donde Calama se sitúa como un importante eje económico al contar con cuatro faenas de Codelco: Chuquicamata, Gabriela Mistral, Ministro Hales y Radomiro Tomic.

Si bien los grandes yacimientos de minerales y el marco institucional adecuado alentaron a la inversión extranjera hay que agregar otros elementos propios del país que también favorecieron al conjunto de agentes empresariales del sector otorgándoles un escenario de planificación con baja incertidumbre, como las políticas macroeconómicas de la nación, la estabilidad y el dinamismo de la economía, la rápida integración a los mercados mundiales, la disponibilidad de mano de obra calificada, la estabilidad política y social, la ausencia de conflictos políticos o bélicos y los bajos niveles de riesgo país (Lardé, Chaparro y Parra, 2008:14).

Las condiciones para expandir la industria minera, generan en Calama una especie de “cultura Codelco”, donde sus trabajadores vivían en Chuquicamata en casas facilitadas por la cuprífera y otros beneficios del tipo salitrero, lejano a las garantías que actualmente perciben los empleados fiscales. Por su cercanía con Calama, existía una división en la población entre quienes eran parte de la cuprífera y el resto de la población. La inversión de más de dos mil millones de pesos que genera Codelco, materializada en 95 convenios firmados con organizaciones sociales durante el año 2019 (Codelco, 2019), es un ejemplo del financiamiento de las relaciones comunitarias en el sector, buscando aminorar brechas, cumplir con planificaciones medio ambientales y de sustentabilidad, entre otros.

El sentido de pertenencia de las familias Codelco los lleva a autoidentificarse como diferentes a los demás, entregando ciertos rasgos de movilidad social y económica. Algunos signos de “otredad” se expresan en el cotidiano, donde el trabajador Codelco parece contar con mayores privilegios. Se crea una cultura que va más allá de lo organizacional, sino también que trasciende como signo de estatus, que a su vez conlleva asumir ciertas normas incluso en la esfera íntima, promoviendo un estilo familiar tradicional, es decir, heteronormado y patriarcalizado.

Así, los trabajadores se perciben como individuos que detentan un capital simbólico que les permite ocupar una posición favorable dentro de la sociedad. Sin embargo, lo que resulta interesante es detenerse en la connotación que adquiere la distinción social para esta categoría de trabajadores que percibe que el hecho de ser reconocidos por los otros como parte de una empresa prestigiosa los obliga asumir una responsabilidad social como individuos frente a quienes efectúan el reconocimiento, en la medida que el éxito y el prestigio de la Empresa se juega en su desempeño (Allan, 2006:74).

Esta descripción también podría definirse dentro de lo que Pierre Bourdieu (1995) denomina “habitus”, es decir, disposiciones asociadas a la posición social. Cada agente incorpora disposiciones a su estructura social acorde a las relaciones sociales que se establecen por pertenecer a Codelco, lo que a su vez conforma la identidad de la masa laboral y su familia. Estas disposiciones estructuran “lo que se espera” que suceda con la población trabajadora de la empresa. Esta distinción también es reforzada por la empresa, la cual cuenta con su propio hospital a disposición de sus trabajadores, generando una de las primeras divisiones al momento de segmentar los recintos hospitalarios y la recepción de pacientes con COVID-19.  

 2.3 Relación entre extractivismo y pueblos indígenas

Las comunidades indígenas más cercanas son los atacameños o lickanantay. La creencia de que los atacameños ya no existían es impulsada también por diversos investigadores que determinaron que la lengua kunza está muerta y que la cultura atacameña se agrupaba en el museo de San Pedro de Atacama. Con la creación de la Ley Indígena comienza a surgir una conciencia étnica. Bengoa (2000) destaca al dirigente Honorio Ayavire Anza como uno de los primeros en levantar un discurso identitario, que más tarde los más jóvenes también tomarían como referente. Ya no se niega la existencia atacameña en la zona, más bien se posiciona como un pueblo muy interesado en la etnopolítca, con participación activa principalmente en tensiones con el extractivismo.

Históricamente abordada desde la arqueología, la comunidad cuenta con suficiente bibliografía sobre esta disciplina; la cual permite conocer pruebas tangibles de una oralidad reducida como su lengua, el kunza, considerada extinta por los lingüistas. Lautaro Núñez (1992) es uno de los primeros investigadores que habla sobre la fuerte relación política-administrativa de un pueblo inicialmente trashumante, además de utilizar los conceptos de resistencia y nación Lickanantay; destacando la ancestralidad en la conquista de recursos, domesticación de la tierra y cómo se forma una comunidad en el desierto más árido del mundo, en el extremo sur del altiplano andino. Para geolocalizar las condiciones ambientales lickanantay, hablamos de la Puna Atacameña con una fuerte aridez. Los asentamientos que permiten la agricultura se encuentran cercanos a escasas fuentes de agua que riegan las cosechas mediante canales o riego de terrazas, rodeados de ayllus y fortificaciones prehispánicas. La trashumancia clásica de las zonas andinas permitió el trueque de diversos recursos que el desierto no entrega.

Lo que revestiría a la etnicidad de una postura sociopolítica con un discurso reivindicativo sustentado en la identidad cultural y en la construcción social de un proceso de etnogénesis, el cual busca una mayor inclusión y participación dentro del sistema democrático y que hace de la participación indígena una ciudadanía distinta que requiere un tratamiento diferenciado (Segovia, 2009: 72)

Surge el concepto de negociar con agentes estatales y privados ante la desigualdad estructural que las comunidades reconocen. El hecho de que comiencen a interactuar con otros pueblos indígenas permite comprender su opresión histórica, incluso la desclasificación racial utilizada en la zona (Morales, 2014). Ser “boliviano” históricamente fue un atributo negativo, donde no se consideraba la estrecha relación ni el eventual origen atacameños desde Bolivia.

Los beneficios de considerarse como indígenas, tras la llegada de la Ley indígena tuvieron relación con mayor inversión en proyectos destinados a estos pueblos históricamente distantes y no reconocidos. Estos procesos de reivindicación étnica e institucionalización de demandas son divididos en tres etapas según Morales (2014): génesis desde 1960 a 1980, formación durante los años 80 y desarrollo programático a partir del año 2000. Estas etapas han permitido el desarrollo etnopolítico, a pesar de las diferencias internas, se posicionan como un grupo que levanta y difunde sus propias demandas. Si bien se visiona una actitud algo dependiente del Estado, este pueblo se diferencia del resto al ejercer otras tácticas, no tan marcadas por la idea de territorialidad, pero buscando lo mejor para la población. Por ello, en el caso atacameño, Gundermann, González & Durston (2018), entienden a la etnogénesis como un concepto que nace del valor semántico del concepto indio, por lo tanto, el ser indio es ser “otro” y no se relaciona con la identidad; así, la autoidentificación de atacameño es un asunto político-administrativo, donde se pasa de la alteridad a la identificación étnica, siendo este tema, como se señalaba al inicio del capítulo, motivo de amplio debate.

El manejo de la emergencia indígena y los posibles diálogos que podrían darse con el Estado, generaron el conocimiento por la demanda étnica. La creación del Consejo de Pueblos Atacameños en 1992, da vida al movimiento étnico y, debido a su relación con instituciones públicas y mineras, su organización es más cercana a la institucionalidad pública por sobre lógicas de ayllu. Gundermann (2002) menciona a la municipalización de los sistemas organizativos locales. Sobre la identidad étnica atacameña, Morales (2014) menciona la pertenencia sobre una localidad específica y la identidad regional ligada a demandas indígenas. Sin embargo, la identidad atacameña no expresa características propias sobre comportamientos, lo religioso o lo económico, no logrando diferenciarse de otros grupos que habitan el desierto. El autor habla de una identidad atacameña inestable creada bajo la interacción con grupos cercanos, pero que comparten ciertas luchas que cuestionan la hegemonía.

Otros hitos importantes son la absorción de mano de obra hacia Codelco, contextualizado en el capitulo anterior, la creación de la Municipalidad de San Pedro de Atacama y la nueva red de canales de regadío; son hechos que logran desarticular relaciones desde lo comunitario hacia lo institucional (Rivera, 1994). Con la dictadura militar, la explotación de minerales comienza una carrera acelerada liderando la economía nacional y dando entrada al modelo económico que incluso permite la inscripción individual del agua utilizada para la agricultura. El Código de Aguas terminaría siendo un cuerpo legal para el amparo de acciones extractivistas por sobre lo que estipula la Ley Indígena.

El Consejo de Pueblos Atacameños se transforma en la institución oficial o que agrupa a mayor cantidad de poblados atacameños, representando y dando voz a la postura atacameña. Agrupa a localidades de el Salar de Atacama, la puna atacameña y la cuenca de El Loa. Prontamente logran dialogar con autoridades y privados obteniendo convenios para mejorar la calidad de vida. El discurso no precisamente se relaciona con la recuperación de territorios ni contra el extractivismo o el turismo, son diálogos donde la etnicidad juega a favor de las comunidades. Llamativo también resultan las acciones legales que toma el Consejo ante diversos procesos, contando no solo con asesoría especializada, sino también con nociones particulares de la propiedad.

La judicialización de la vida social se vincula a la defensa legal, litigante ante los tribunales de justicia, la formalización de los derechos de propiedad sobre lugares, prácticas y objetos culturales (textiles, arte rupestre, bailes, imágenes iconográficas, etc.). Esta hegemonía de la propiedad intelectual en una economía de la diferencia cultural, reafirma y fortalece la naturalización de la identidad como una forma más de propiedad individual o colectiva. Ello se ha expresado en diversos conflictos etno-ambientales, oposiciones legales y recursos de protección en Pampa Colorada, Géisers del Tatio, exploraciones mineras, instalaciones de hoteles y obras viales, entre otros (Morales, 2016: 191-192).

La inserción en la Institucionalidad Pública por parte de los pueblos atacameños aún está en proceso de consolidación o de creación de alianzas tras la apertura del proceso constituyente, post Plebiscito 2020.

2.4 Pandemia y racismo ambiental

 En marzo del 2020 los medios de comunicación anunciaban oficialmente los primeros contagiados por el virus en el país, iniciándose un proceso desconocido para las generaciones más recientes: vivir, o sobrevivir a la pandemia. Las cuarentenas comenzaron a aplicarse en diversas latitudes, siendo Calama una de las ciudades que más tiempo permaneció bajo este decreto de salud pública, desde el 19 de junio hasta el 21 de septiembre del año 2020. Para el 10 de julio de 2020, Calama registraba una cifra de 5.057 contagios y 128 personas fallecidas, estimándose que un 2.8% de la población de 180.283 habitantes había adquirido el virus (Rivera, 2020), superando a otras grandes ciudades del mundo en relación a su cantidad de población. Si bien las decisiones de autoridades influyen en estas cifras, varios apuntan a la alta cantidad de población flotante, población que viaja desde otras latitudes hasta sus faenas mineras, convirtiéndose en importantes vectores del virus. Para disminuir la interacción de los trabajadores, se optó por trasladar los vuelos que llegan al aeropuerto de Calama, donde la mayoría de sus pasajeros son trabajadores de faenas de Codelco, hacia el aeropuerto de Antofagasta, para luego transportarse por vía terrestre; además del cese de algunos proyectos donde su masa laboral son trabajadores foráneos. La tasa de positividad del test PCR superó al 15% registrado a nivel nacional (CIPER, 2020).

Este fenómeno puede ser explicado desde diversas aristas, pero se opta por abordar a autores que enfatizan en la distinción de las personas, acorde a su categorización interseccional o racial. El biopoder para Foucault (1979) es la dominación sobre territorios y poblaciones, las estrategias que dirigen las relaciones de poder en Calama, donde confabulan el factor minero/occidental/extractivista y lo indígena/ancestral. 

Para especificar la idea, se considera pertinente mencionar el concepto de racismo ambiental, idea que promueve al racismo bajo contextos extractivistas. Achille Mbembe también considera que la resistencia se vuelve un arma de defensa ante el poder que también extractiviza al cuerpo (Fernández-Savater, 2016). Se podría suponer que la población calameña resiste ante su abandono del Estado, ante las desigualdades sociales que promueve la minería, ante las luchas hacia el extractivismo que ejercen las comunidades indígenas, ante la necesidad de ser considerados como un territorio importante en el contexto centralista de Chile. La población calameña percibe una distinción peyorativa hacia ellos y con el COVID-19 pudieron corroborarlo. Si bien aún la pandemia no termina y no existen estudios concluyentes sobre los factores que inciden en la mortalidad y contagio, Calama presentó cifras inusuales de fallecidos en la primera etapa de la pandemia. Existía la sensación de no querer paralizar la industria minera.

El racismo ambiental, concepto originado en Brasil que intenta explicar el vínculo entre minorías étnicas y el extractivismo, apela a la no casual presencia de poblaciones oprimidas en territorios extractivizables, donde incluso los cuerpos de la población quedan sujetos a todo tipo de extracción. El uso de suelo y desarrollo de infraestructura también puede comprenderse como injusticia ambiental.

El hecho de que las injusticias sociales y ambientales no solo tienen orígenes comunes, como se alimentan mutuamente. Es precisamente esa lógica que, de un lado, forja condiciones de degradación creciente para unos; del otro, propicia el lucro abusivo para otros. Es la sumisión a un modelo de desarrollo cada vez más excluyente que hace que las autoridades opten por la convivencia o, por lo menos, por la omisión, ignorando la falta de respeto a las leyes, laborales y ambientales; subsidiando o disminuyendo impuestos para atraer empresas, aunque sean nocivas para el medio ambiente y los propios trabajadores; realizando lo que podríamos llamar como verdaderas subastas de recursos humanos y naturales (Pacheco, 2007: 6).

Esta cita expresa de forma literal como las lógicas neoliberales impactan no solo en lo medioambiental, volviéndose territorios donde su importancia es mermada. El racismo no es precisamente un concepto que atañe a la población negra, también está muy presente con la población indígena, poblaciones descartables por su racialización. Resulta complejo hablar de racismo en un país que desconoce sus raíces afrodescendientes, donde se idealiza la “raza chilena” con orígenes más europeos que indígenas. El modelo de desarrollo genera desigualdades e instaura una colonialidad del poder que termina explotando tras la llegada de una pandemia mundial.

Otro factor que sustenta a la minería es el agua, ella permite procesos como la lixiviación. Sin embargo, es el agua el principal elemento natural que sustenta la vida en territorios rurales dedicados al pastoreo y agricultura. La destrucción de bofedales, contaminación de tranques de relave, movilidad hacia las ciudades, entre otros, son algunas de las consecuencias de la presencia extractivista, donde solo recientemente se comienza a hablar de “impacto medioambiental”; considerando también a las personas como sujetos afectados.

Todas estas contradicciones –en tanto relaciones antagónicas- contienen en si mismas los elementos para su propia superación. Nos referimos a las comunidades y personas que padecen los efectos de esta discriminación. Se trata, fundamentalmente de comunidades indígenas, como también vecinos, campesinos y pobladores, que comparten la condición de periféricos en relación a los centros, geográficos, políticos y económicos, que detentan el poder hoy en Chile. Son éstos, los que a partir de la negación de que son objeto, en tanto sujetos con identidad propia y soberanía productiva potencial que fundamenta su propia autodeterminación, los que hoy están buscando las formas organizativas que les permiten superar su situación actual (Meza-Lopehandía, 2007:10).

 

3. Conclusiones   

El capitalismo neoliberal, el modelo económico en Chile, encuentra en el extractivismo minero un polo de desarrollo importante, sin embargo, los habitantes de Calama no logran visualizar ventajas de ello. Las experiencias y consecuencias de habitar un territorio no valorado se acrecientan ante hechos imprevistos, dejando al descubierto las desigualdades detrás de los relaves mineros.

La soberanía productiva se pone en jaque para Chile ante la etnogénesis, ante una mayor conciencia medioambiental y ante una mayor exigencia de colaboración democrática que promueve al país a pensar en una nueva Constitución. Por ello el factor indígena, entre otros, no puede quedar ausente, ya que en la medida que tengan soberanía sobre sus territorios, el impacto medioambiental podría restringirse. El reconocimiento sobre la exclusión y marginación de Calama implica tomar medidas a corto plazo. Una ciudad que vive sin saberlo bajo un contexto de racismo ambiental, debe ser incorporada en debates políticos y académicos para aportar en la difusión de una problemática que no es exclusiva de los calameños. Los factores ya expuestos que convergen y dan vida a Calama, son factores que derivan en situaciones de desigualdad, despojo e incluso violencia. Las próximas políticas públicas debiesen aminorar brechas, partiendo por el reconocimiento y trabajo interdisciplinario en zonas de sacrificio.

Si bien el COVID-19 ha impactado las vidas de toda la población a nivel mundial, quizás también aportó en develar las desigualdades e injusticias que terminamos habitualizando, mostrando la necesidad de reformas sociales que no solo se relacionen con salud, sino también en la conformación de sociedades justas y democráticas.

 

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[1] Andrea Ibacache-Corante, Dra. (c) en Estudios Americanos, especialidad Estudios Sociales y Políticos, Instituto de Estudios Avanzados, Universidad de Santiago de Chile. Becaria ANID doctorado nacional. Andrea.ibacache.c@usach.cl