ENTREVISTA

MARIO AMORÓS, HISTORIADOR[1]

 

Paulina Morales A.[2]

(Entrevistadora)

 

 

1. Presentación

 

Mario Amorós (Alicante, 1973) es periodista y doctor en Historia por la Universidad de Barcelona. Especialista en historia contemporánea chilena, ha sido profesor invitado en la Universidad de Chile y formó parte del comité asesor de la cátedra de Memoria Histórica del Siglo XX de la Universidad Complutense de Madrid. Entre sus obras destacan las biografías Allende (2013), Miguel Enríquez. Un nombre en las estrellas (2014), Neruda. El príncipe de los poetas (2015), Pinochet. Biografía militar y política (2019) y Entre la araña y la flecha. La trama civil contra la Unidad Popular (2020).

Su vínculo con Chile es profundo y fecundo. Así lo relata en una de sus obras: “Descubrí a Salvador Allende en 1993, cuando en un hermoso cartel leí sus últimas palabras («Superarán otros hombres este momento gris y amargo donde la traición pretende imponerse…»). Después, en la biblioteca de mi padre hallé un opúsculo con el programa de la Unidad Popular y algunos de sus discursos. Ahí nació mi cercanía con este país, cimentada por los viajes, las entrevistas, los libros, los amigos, los proyectos, los afectos.” (Allende, La Biografía, p. 16).

Coincidiendo con un año altamente convulso y desafiante, como ha sido el 2020 para Chile, Mario Amorós accedió a brindar esta entrevista a la distancia para la revista Intervención.

 

 


 

2. Diálogo

 

En términos generales ¿cómo ve a Chile en su doble condición de historiador y de ciudadano español?

 

A tres semanas de la celebración del plebiscito que ha abierto camino al proceso constituyente creo que Chile, desde luego, se halla en un momento histórico, enfrenta una encrucijada decisiva. La rebelión social que se produjo desde mediados de octubre de 2019 (me disgusta la palabra “estallido” para definir lo sucedido) cambió el curso de su historia. Es evidente que la mayoría de la sociedad chilena rechaza el modelo neoliberal que impuso la dictadura militar y civil a partir de abril de 1975, que quedó consagrado en la Constitución de 1980, y cuyos ejes esenciales mantuvieron los sucesivos gobiernos democráticos desde el 11 de marzo de 1990, con la excepción del segundo periodo de la presidenta Michelle Bachelet. Es, sin duda, un momento histórico apasionante, lleno de incógnitas, pero que era inimaginable en septiembre de 2019, cuando viajé por última vez a Chile.

El proceso constituyente coincidirá en 2021 con una intensa agenda electoral que renovará todas las instituciones del país, desde las alcaldías hasta la primera elección de gobernadores regionales, también la Cámara de Diputados y la mitad del Senado y la Presidencia de la República. Y, además, la elección de las 155 personas que integrarán la Convención Constitucional. Todo ello dibuja los perfiles de una gran ‘batalla’ política que enfrentará a quienes desean preservar los pilares esenciales del ‘Modelo’, y quienes desean que Chile disponga de una Constitución que reconozca los derechos sociales y aspire a una sociedad que no esté partida por el lucro desmedido, los abusos y los privilegios de una minoría social.

 

¿Cuáles serían a su juicio las claves para leer el momento actual de Chile en perspectiva histórica?

 

Es uno de esos momentos que quedan grabados en la evolución histórica de un país, comparable en el siglo XX tal vez con la elección de Alessandri Palma en 1920, el triunfo del Frente Popular en 1938, los sucesos del 2 y 3 de abril de 1957, la victoria de la Unidad Popular en 1970, el golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973, la derrota de Pinochet en el plebiscito del 5 de octubre de 1988 y, diez años después, su detención en Londres. Se trata de un momento histórico que, posiblemente, se convierta en trienio (¡otros mil días!) cuando sumemos el tiempo pasado desde octubre de 2019 hasta la posible promulgación de la nueva Constitución en el primer semestre de 2022. Y, como en casi todos los casos citados, ha sido protagonizado por las grandes mayorías: ninguna historia visual de Chile podrá prescindir de las imágenes de las grandes marchas de la primavera de 2019 o de la lucha heroica de la ‘primera línea’; tampoco, lamentablemente, de los aspectos más negativos, como la represión feroz de Carabineros o los actos de vandalismo.

Es cierto que, a diferencia del siglo XX, estas grandes movilizaciones no fueron conducidas por los partidos políticos de izquierda y el movimiento obrero organizado, ni por nadie... Y también que a día de hoy no existe una propuesta alternativa al Modelo que dé cohesión y una meta común a quienes el 25 de octubre votaron por el Apruebo y la Convención Constitucional. Habrá que construirla y tendrá que aspirar a representar a una inmensa mayoría de ese sector de la ciudadanía chilena.

 

Chile parece estar iniciando un nuevo ciclo político, tal como hace 50 años lo fue el inicio del gobierno de la Unidad Popular. Al respecto, ¿cree que -con las diferencias del caso- pueden volver a repetirse atentados a la democracia como los que hubo para impedir la asunción de Salvador Allende y luego durante su gobierno, y que culminaron con el golpe de Estado de 1973? Se lo pregunto porque nuevamente estamos iniciando transformaciones de grosor, actualmente representadas por el proceso constituyente que decantará en una nueva Constitución.

 

No podemos olvidar que a lo largo de los dos siglos de historia republicana de Chile los sectores conservadores han sabido defender sus privilegios con suma eficacia y sin ningún miramiento, ni reparo. Pensemos en la trama civil que articularon (desde Patria y Libertad hasta el sector freísta de la DC) para crear las condiciones políticas, económicas y sociales que hicieron posible el golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973. Recordemos también cómo se burlaron del proceso participativo que la presidenta Bachelet abrió durante su segundo mandato con los cabildos ciudadanos que conversaron sobre un proyecto de nueva Constitución, una opción que despreciaron y que solo asumieron en los momentos más agudos de la rebelión de 2019, posiblemente porque no veían otra salida. Estoy convencido de que la mayor parte de la derecha intentará convertir la minoría de un tercio a la que aspiran en la Convención Constitucional en un dique que impida los cambios de fondo. Por eso, es imprescindible construir la mayor unidad política y social para abordar los grandes desafíos de hoy en Chile.

 

¿Qué otras repercusiones cree usted que tendrá en el tiempo el estallido social iniciado el 18-O de 2019, más allá del proceso constituyente al que ha abierto paso?

 

Espero que se atenúe notablemente el individualismo que ha prevalecido en grandes sectores de la población, desde el final de la dictadura y desde aquellas luchas unitarias por recuperar la democracia. Como en cualquier tiempo histórico y en cualquier lugar, el progreso social, las conquistas democráticas son obra de los ciudadanos y ciudadanas que luchan unidos. Así lo recordó el presidente Allende el 11 de septiembre de 1973 en su último mensaje.

Por otra parte, creo que todo lo que ha sucedido, está sucediendo y sucederá el próximo año puede cambiar el sistema de partidos. Por ejemplo, tiene que definirse un sector en la derecha que sea verdaderamente liberal, que destierre definitivamente sus lazos con aquella derecha todavía anclada en los dogmas del pasado (la sacralización del mercado y del lucro, la exaltación de valores más propios del Concilio de Trento que del mundo del siglo XXI, la incapacidad para aceptar la identidad y los derechos de los pueblos originarios y la deuda histórica que aún hoy el Estado de Chile tiene con ellos…). Por su parte, la Democracia Cristiana tendrá que decantarse definitivamente en el próximo año si apuesta por construir una alternativa con la izquierda (pero desde la lealtad que no ofrecieron a la presidenta Bachelet en su segundo periodo) o, permanece anclada en un centro que hoy no existe y desde el que está abocada a una insignificancia que dolería a Leighton, Frei o Tomic. Y también el Frente Amplio, que creo que hoy está más debilitado y desarticulado que antes de octubre de 2019, tiene una tarea importante por delante: cuajar definitivamente como fuerza política y ser capaz forjar una alianza con la izquierda.

 

Usted es autor de una extensa biografía de Salvador Allende. A partir del conocimiento de él y del proyecto de la Unidad Popular, ¿qué elementos de su figura, de ese programa de gobierno y de los mil días de la UP pueden tener vigencia y sentido en el escenario actual y futuro que enfrenta el país?

 

Me parece muy significativo cómo la memoria del presidente Salvador Allende y de la Unidad Popular han crecido enormemente en Chile desde la singular conmemoración de los treinta años del golpe de Estado en 2003. El año pasado fue realmente emocionante escuchar a centenares de miles de chilenos y chilenas cantar unidos “El derecho de vivir en paz”, del inolvidable Víctor Jara, que es parte indisoluble de la memoria de la UP.

La Unidad Popular fue la culminación del esfuerzo, el trabajo político y la inteligencia de varias generaciones de militantes del movimiento popular, empeñadas en construir un proyecto político que fuera capaz de conquistar democráticamente el gobierno, un Gobierno popular, un gobierno que recuperara la plena soberanía de Chile, con la nacionalización de su gran riqueza natural -el cobre-, pero también con la reivindicación de una política internacional propia y autónoma en aquel mundo de la Guerra Fría. Un gobierno que se propuso construir el socialismo “en democracia, pluralismo y libertad”, un proyecto cada día más vigente ante la ferocidad depredadora del capitalismo.

Hoy la tarea más urgente y necesaria, a mi juicio, es unir a todos los chilenos y chilenas que aspiran (y merecen) una Constitución liberada de sus anclajes neoliberales, una Carta Magna que reconozca el derecho a pensiones dignas, a una educación gratuita y de calidad en todas sus etapas, que establezca que los recursos naturales son patrimonio del pueblo de Chile.

La Historia no empezó el 18 de octubre de 2019. Aquellas batallas, libradas al precio de una brutal represión por parte del Gobierno del presidente Sebastián Piñera (como ha corroborado un reciente informe de Amnistía Internacional), son la continuación de la prolongada, bella y muchas veces dolorosa lucha del pueblo chileno por una sociedad con democracia, igualdad, fraternidad y justicia social.

 


 

Reconociendo que no hay historia inocente ni desinteresada ¿cómo cree que los historiadores/as contarán los sucesos del octubre chileno y lo que ha venido después con el paso de los años y décadas?

 

Como en cualquier otro sector profesional, entre los historiadores hay personas con diferentes ideologías, perspectivas de análisis, opiniones… Probablemente, una parte de la historiografía chilena relatará, al estilo del Zavalita de Vargas Llosa, que “Chile se jodió” el 18 de octubre de 2019. Precisamente hoy (15 de noviembre de 2020) Mario Vargas Llosa escribe en el diario El País que “en Chile se ha ido todo al diablo” ... Para este sector el Chile actual es ya un país devorado por la ola populista (actualización del “peligro comunista” de ayer), que pretende escribir una nueva Constitución a partir de una aterradora “página en blanco”, Constitución que, por cierto -poco más o menos- que acabará con la propiedad privada…

Pero también estoy seguro de que en los próximos años se escribirán notables trabajos desde el campo de la Historia que nos permitirán, con una mayor perspectiva, comprender e interpretar aún mejor qué ha sucedido en el último año, sus causas y sus consecuencias. Confío mucho en el entusiasmo y en la preparación de las nuevas generaciones de historiadores chilenos para esta tarea imprescindible.

 

 

 

 

 

 



[1] Realizada en noviembre de 2020.

[2] Editora de revista Intervención. Académica del Departamento de Trabajo Social de la Universidad Alberto Hurtado.