Catalina Ruz Escobar[1]
Recibido: 22 de julio de 2021
Aceptado: 19 de noviembre de 2021
El presente artículo expone algunas distinciones para analizar la multitud como escenario político de nuevas formas de movilización social, a partir de la revuelta social del 2019. Para ello, se considera la dimensión del cuerpo como expresión de lo múltiple y contemporáneo en cuanto a la expresión política. Se vincula la comunidad como una co-extensión de la multitud, en la medida que esta ha sostenido la manifestación social y ha asumido la dimensión múltiple de la revitalización de la organización social horizontal. Respecto al trabajo social, se hace énfasis en la intervención social mediante la cartografía social y en la necesidad de atender a las demandas de la multitud, considerando las esferas de la macropolítica y la micropolítica. Esta última se plantea como un lugar que desafía al trabajo social a potenciar los cambios que se abordan a nivel disciplinar. La metodología consta de una articulación teórica práctica, acorde con la coyuntura de las movilizaciones transcurridas en los últimos dos años en Chile desde el 18 de octubre del 2019.
Palabras clave: 18 de octubre 2019, multitud, cuerpo, micropolítica, trabajo social, cartografía social.
This paper exposes some distinctions to analyze the multitude as a political scenario of new forms of social mobilization from the social revolt of 2019. Whit this in mind, the dimension of the body is exposed as an expression of the multiple and contemporary in terms of political expression. The community is linked as a co-extension of the multitude, insofar as it has sustained the social manifestation and has assumed the multiple dimension of the revitalization of horizontal social organization. Regarding social work, emphasis is placed on social intervention through social mapping and on the need to attend to the demands of the multitude, considering the spheres of macropolitics and micropolitics. The latter is proposed as a place that challenges social work to enhance the changes that are addressed at the disciplinary level. The methodology consists of a practical theoretical articulation, according to the situation of the mobilizations that have taken place in the last two years in Chile since October 18, 2019.
Key words: October 18- 2019, multitude, body, micropolitics, social work, social mapping.
Ruz, C. (2021). La multitud operante: distinciones para analizar el nuevo escenario político y social. Intervención 11(1), 96-115.
Con el estallido social del 18 de octubre del 2019, percibimos la fuerza de la multitud en las calles de distintas ciudades de Chile. La gran marcha del 25 de octubre de dicho año en Santiago cifró más de un millón doscientas personas. Fue una de las movilizaciones más numerosas desde el retorno a la democracia. Lo particular de este acontecimiento múltiple es que revela nuevas formas de movilización, que no solo se hace notar por el número que presenta, sino por el carácter cualitativo de un cambio y de una atmósfera que se ensalza de corporalidades variadas, de luchas diversas, sin partidos y expresiones que acusan una estética plural e inorgánica del cuerpo social.
En este contexto, el presente artículo tiene el propósito de relevar distinciones de la multitud que se expresan desde el estallido social del 2019. Esto se hará con el fin de vincular el aspecto operativo de la multitud para analizar, por un lado, un escenario en que los cuerpos múltiples de la postmodernidad caracterizan particulares formas de protesta. Por lo tanto, se trata de distinguir la categoría de cuerpo y de lo múltiple. Por otro lado, la multitud aparece contagiando las comunidades territoriales, que se alientan de las sintonías del carácter multitudinario, para gestar procesos de micropolítica. Se trata de la gestación de una transformación de valores y de potencias que recuperan la fuerza vital a través de afectos y efectos en la subjetividad (Rolnik, 2019), desde una dimensión horizontal, dotada de nuevas y nuevos actores sociales, que presentan características que aquí destacaremos. Es preciso considerar dichos elementos como parte de un nuevo escenario político y social, en el cual el Trabajo Social precisa actualizar sus marcos comprensivos sobre los fenómenos que tradicionalmente se han ocupado de la acción colectiva. En este sentido, la cartografía social cobra importancia en el terreno múltiple, como una metodología que implica para el Trabajo Social resignificar e implementar herramientas a la altura de la coyuntura y de los cambios en las formas organizativas. Si bien es cierto que la cartografía social es una metodología social utilizada sobre todo desde ámbitos comunitarios de la intervención social, en este artículo se busca actualizar y relevar la implicación práctica de esta, donde la multitud se expande por distintos territorios en los cuales el Trabajo Social ha de tender a promover formas de micropolítica.
Dicho esto, en primer lugar, el texto da cuenta de la dimensión de cuerpo como distinción del carácter operativo de la multitud. Esto implica aproximarnos desde la teoría feminista al carácter crítico, dinámico y múltiple del cuerpo, además del devenir trasformador de este en los procesos de movilización política y social. En segundo lugar, se presenta a modo de contexto la relación entre la multitud y la revuelta, las características de la multitud, a través de las ideas del filósofo italiano Paolo Virno, para quien el sujeto político es la multitud (2011). Asimismo, se plantea la distinción entre lo destituyente y lo instituyente, lo cual refleja la operatividad de la multitud en el nuevo escenario político y social, donde dichos términos cobran fuerza. Se expone la inteligencia de la multitud como un atributo confiable de cara a procesos de cambio que entrañan una suerte de imaginario compartido sobre lo social. Por otro lado, también se hace referencia a la comunidad de los sin comunidad, que es un término que permite distinguir la incidencia del carácter de la multitud en distintos enclaves de acción colectiva. En tercer lugar, se aborda el nexo de la multitud y el Trabajo Social, relevando la cartografía social como instrumento metodológico a la altura de la revitalización de la vida colectiva a nivel territorial. Finalmente, se plantea la relación entre macropolítica y micropolítica con la intención de considerarlas en el quehacer disciplinar. No obstante, se sostiene que el trabajo social tiene un papel crucial en la esfera micropolítica, en la medida en que los afectos, sinergias y nuevas experiencias de transformación subjetiva toman especial sentido en la esfera micropolítica, es decir, con la experiencia múltiple de afecciones entre formas de existencia no convencionales y lo que está por nacer (Rolnik, 2019). Para terminar, en las conclusiones se retoman algunas ideas sin intención de sintetizar, sino más bien de plantear algunas de las distinciones expuestas para futuros análisis teóricos y prácticos, que lindan con los cambios que nos envuelven.
Un año antes del estallido social, el mayo feminista del 2018[2] sentó un precedente para el siguiente 8 de marzo “históricas” del 2019, donde miles de mujeres se congregaron para protestar contra el orden patriarcal, capitalista y neoliberal imperante. En este contexto, la aparición de la multitud posibilitó el agenciamiento entre cuerpos que dejaron percibir, en el caso de las marchas antes mencionadas, una suerte de posicionamiento de un sujeto virtual que estaba siendo creado y activado como sujeto femenino y feminista (Braidotti, 2005).
Considerando esto último, la teoría feminista plantea que los fenómenos sociales del siglo XXI tienen en su dimensión política central, la dimensión del cuerpo en relación con la aparición de éstos en la acción política y la performatividad, que es una forma política que por su propio carácter, activo y plural, merece una consideración especialmente contemporánea (Butler, 2017).
Esto para una perspectiva epistemológica feminista y decolonial, supone un conocimiento que se dispone desde el cuerpo político social, considerando que
eI denominador común de todos los cuerpos es que son materia inteligente dotada con la capacidad de afectar y de ser afectada, de entrar en relación. En términos temporales, un cuerpo es una porción de memoria viva que perdura a través de la experimentación de las constantes modificaciones internas que suceden al encuentro con otros cuerpos y con otras fuerzas. En ambos casos, el elemento clave radica en la capacidad del sujeto encarnado para experimentar encuentros e interrelaciones. (Braidotti, 2005:127)
En este sentido, los cuerpos y el cuerpo se torna público, diverso y reconfigura el escenario político y social de la protesta, encarnado en la multiplicidad. Esto ocurre, porque
cuando los cuerpos se congregan en la calle, en una plaza o en otros espacios públicos (virtuales incluidos) están ejercitando un derecho plural y performativo a la aparición, un derecho que afirma e instala el cuerpo en medio del campo político, y que, amparándose en su función expresiva y significante, reclaman para el cuerpo condiciones económicas, sociales y políticas que hagan la vida más digna, más vivible, de manera que esta ya no se vea afectada por las formas de precariedad impuestas. (Butler, 2017:18)
Las corporalidades del cuerpo social en la multitud no solo acogen las disidencias, cuerpos no binarios y múltiples, sino que entrañan un cuestionamiento a la existencia hegemónica (Rolnik, 2019). En este sentido, la teoría feminista aporta desde la dimensión del cuerpo múltiple no solo un cuestionamiento a los marcos referenciales y normativos del actor social como el varón, blanco, heterosexual, con una subjetividad falo-logo-céntrica (Rolnik, 2019). Además de la crítica, también expresa un carácter no convencional, horizontal y oscilante (Berardi, 2018). Así, configura un saber del cuerpo que es capaz de contagiar de fuerza vital, para romper las relaciones de dominación de la heteronorma (Rolnik, 2019) y las dinámicas racionalistas como única forma de existencia legitima y veraz.
En este escenario, el cuerpo es fundamental para los procesos de producción de nuevas subjetividades que se manifiestan en las corporalidades reunidas, las cuales forman parte de la naturaleza de la multitud y de la creación activa de nuevas lógicas corpóreas que transgreden los límites de lo vertical. Es importante mencionar, siguiendo a Irigaray, que el cuerpo es una superficie de inscripción de múltiples códigos (el sexo, las clases, la edad). Es un umbral, un campo de intersección de fuerzas materiales y simbólicas (Braidotti, 2005). Los cuerpos en la multitud muestran su forma transgresora no unitaria, no dual de devenires. El devenir alude a una relación que se da en una multiplicidad, ante una población de flujos nómades (Braidotti, 2005), es decir, expresa la ruptura de las dicotomías y totalidades antagónicas que el régimen heterosexual ha impuesto como forma de vida dominante (Rolnik, 2019).
De esto, se sigue una inminente transformación del escenario de la protesta y del ámbito público, cuyo ambiente suscitado en la época actual da cuenta de “el perfil radical del posmodernismo, a saber, en un ir más allá de la crítica para dar vida a una comunidad de sujetos históricamente localizados en búsqueda de interconexiones fuera de un marco etnocéntrico y falocéntrico” (Braidotti, 2005:92). Estos rasgos y perspectivas que han quedado plasmados en la reconfiguración del escenario de la movilización social, donde la multitud ha tenido el protagonismo en su forma operativa de reclamar y descolocar el orden dominante. Así pues, en el encuentro múltiple se demanda un cambio cultural relevante, que da cuenta de una acción política ligada a lo performativo, es decir, a la resignificación del cuerpo en los espacios públicos como un lenguaje que aparece en tanto acto de aparición (Butler, 2017), con las capuchas, con el deseo de asir un espacio en defensa de la vida y el cuidado mutuo.
La diversidad y la pluralidad de la multitud sorprende no solo por su masividad, sino por su capacidad crítica y performativa, indicando la necesidad de superar las viejas formas de protesta y de modificar en conjunto, la subjetividad neoliberal, capitalista y patriarcal que daña la vida (Rolnik, 2019). Así pues, los cuerpos diversos de la multitud la tornan operativa, en tanto muestra un cambio de sentidos activos y subjetivos en la creación de fuerzas vitales cooperativas, para devolver la potencia creativa sobre un nuevo proyecto común de vida digna.
La revuelta social se puede caracterizar como multitudinaria en cuanto a la reunión de corporalidades en agencia, cuya persistencia en los espacios públicos aumentó su potencia de cara a la transformación de la llamada razón neoliberal[3], aquella que ha penetrado en las distintas instituciones y formas de vida en Chile. En contra del modelo neoliberal, la multitud ha expandido su fuerza en las organizaciones de base territorial, las cuales han cristalizado espacios de discusión política, revitalizando el espíritu político y soberano de las bases sociales que apelaron a una asamblea constituyente, tras semanas del estallido social en Chile, en cuyas primeras asambleas, incluso con toque de queda, se autoconvocaron cerca de 200 vecinas y vecinos en una misma plaza[4].
Los cambios también se observan en los modos de vestir, en la sexualidad, en las relaciones de pareja (Garcés, 2020), en las nuevas formas de autogestión del trabajo “y tal vez lo más evidente, con un fuerte recurso a la comunicación digital, que supone las redes de información, convocatorias, análisis, juegos, distracción y una suerte de opinión pública entre pares” (Garcés, 2020:20). En la revuelta, la presencia juvenil heterogénea “adquiere una connotación especial; se trata de las nuevas generaciones que no vivieron la dictadura y que, de alguna manera, se puede sostener, no son portadoras del miedo que acompañó a sus madres, padres, abuelos, abuelas” (Garcés, 2020:20). Todo esto se da en el carácter múltiple y de pluralidad provisto de un “conjunto de singularidades que actúan concertadamente en la esfera pública sin confiarse a ese «monopolio de la decisión política» que es el Estado” (Virno, 2003:15).
Dicho esto, es preciso señalar que la multitud refiere a lo múltiple, “es el sujeto gramatical y el análisis sobre la estructura del tiempo histórico” (Virno, 2011:8). La multitud “es el modo de ser colectivo caracterizado por el hecho de que todos los requisitos naturales de nuestra especie adquieren una inmediata importancia política” (Virno, 2011:8). Las múltiples expresiones que ahí se encuentran plantean un lenguaje histórico de herencias y memorias que se han transferido, podríamos arriesgar en decir, del pasado reciente, con el clamor de la Unidad Popular hasta su actualización en las generaciones no nacidas en dictadura.
Es preciso prestar atención a que la multitud y la comunidad están atravesadas por procesos que tensionan lo instituyente y lo destituyente, expresados en dinámicas que repiensan una transgresión de lo viejo y de lo institucional, dado que asume la fuerza de un proceso particular que autoproduce la manera de organizar la vida y los cuidados. Este rasgo asigna un carácter crítico y capaz de generar nuevos caminos para pensar la vida colectiva, reconocer y legitimar la narración de nuevas voces e historias que rompen el discurso oficial sobre un acontecimiento que sale de las formas habituales de la racionalidad.
Las acciones instituyentes que se despliegan en contra de los efectos de la violencia policial en el estallido social y de todos los pliegues que desde ahí se han reterritorializado en formas de organización, entre las que cabe mencionar al cordón norponiente de asambleas territoriales en Santiago y la “Coordinadora por la libertad de lxs presionerxs políticxs 18 de octubre”, designa un saber, que como veremos a continuación, tiene que ver con la inteligencia de la multitud. Estas agrupaciones —que se fueron multiplicando— han dado cuenta de algo así como una suerte de “saber que no sabe que sabe” (Cobo-Guevara & Thorstenberg, 2020), y que se mueve entre lo instituyente y lo destituyente. En efecto, llevan adelante formas autogestionadas que permiten apoyar a las víctimas de la violencia policial en la revuelta social, condicionando incluso los acuerdos que llevarían a la construcción de una nueva constitución para el estado de Chile, como el acuerdo por la paz y la no violencia, iniciativa liderada por el gobierno y apoyada por algunos partidos políticos de la oposición.
En este contexto, lo destituyente marca el pulso de la multitud y aparece ligado a lo que se instituye para reclamar cambios y que requiere mantener activa la movilización, lo cual da cuenta de que “tampoco en ésta se trata de «tomar el poder», de construir un nuevo Estado, un nuevo monopolio de la decisión política, sino de defender experiencias plurales, formas de democracia no representativa, usos y costumbres no estatales” (Virno, 2003:43), derechos sociales y formas acordes con un paradigma plurinacional. De este modo, la multitud suprime la comunidad de identidades y supera la acción y relación del pueblo con el estado (Virno, 2003). Así, la reviste de nuevas lógicas instituyentes para enfrentar las injusticias desde un lugar capaz de combatir la atomización y la alienación. De ahí también su complejidad y ambivalencia.
La autonomía de la multitud le confiere su virtuosismo, pues cuando las personas se reúnen en torno a multiplicidades hay una fuerza contagiosa que es virtuosa. Aquí reside la interdependencia entre sujetos de distintos ámbitos de interacción, pero que luchan por instituir la dignidad humana, el cuidado mutuo y la solidaridad.
En el momento en que se exhiben ciertas formas de interdependencia, se puede llegar a transformar el campo de la aparición. Desde el punto de vista ético, tenemos que ser capaces de encontrar y forjar una serie de vínculos y alianzas, de conectar la interdependencia con el principio de la igualdad, y habrá que hacerlo de una forma que resulte perturbadora para los propios poderes que distribuyen el reconocimiento de manera diferenciada o que altere su propia intervención (Butler, 2017:49).
De manera que en la multitud aflora la conjunción de singularidades colectivas, de alianzas efímeras y combativas, como todo lo que gestó la primera línea y las brigadas de salud en la Plaza de la Dignidad, cuyas funciones se fueron especializando para mantener la revuelta viva. En este sentido, la multitud no acepta la violencia cotidiana como algo natural. Su desafío es no renunciar a la capacidad de reaccionar ante el mundo (Butler, 2020:53), puesto que la lucha implica que “no vamos a tratar a la violencia como algo que se da por supuesto” (Butler, 2020:53).
Dicho esto, cabe plantear lo que hace operativa a la multitud. ¿Será su carácter instituyente y denunciante de aquello que se quiere destituir? Sin duda, además, es operativa por su potencial aglutinador de cuerpos, agencias, sintonías y frecuencias temporales. ¿Será lo que permite construir lo común en lo múltiple? Es posible que esto así sea, en la medida en que lo común se define como el campo inmanente de la pulsión vital de un cuerpo social cuando este la toma en sus manos, de manera tal de direccionarla hacia la creación de modos de existencia para aquello que pide abrir paso (Rolnik, 2019:28). En este camino, se estimula la producción de nuevas subjetividades desde escenarios multitudinarios capaces de activar una médula vital que puede crear nuevas configuraciones de poder político (Rolnik, 2019), generando agencias temporales que desplacen el orden dado, es decir, aquello que es a priori establecido como fuerza vital. Esto es posible en la interacción de cuerpos. Y esto es lo que hace operativa a la multitud, cuyas sinergias “se abren caminos para desviar tal potencia de su destino destructor” (Rolnik, 2019:34). Desde aquí, la multitud contiene una inteligencia colectiva que desplaza las fuerzas que abusan de la vida y que es capaz de potenciar la creación de otras sensibilidades, valores y corporalidades que afirman otras formas de existencia.
Es necesario poner de relieve la inteligencia de la multitud para instalar la confianza en los procesos sociales que provienen de la base social y, con ello, relevar la fuerza colectiva mencionada anteriormente. Sin embargo, la inteligencia colectiva no goza de buena fama cuando se trata de formas de comportamiento colectivo que no refieren a los movimientos sociales, como es el caso de la multitud. En efecto, hay marcos teóricos de la psicología social que consideran que la multitud es un grupo de personas sin objetivos, con una organización inferior a los movimientos sociales (Javaloy, Rodríguez & Espelt, 2001), cuya conducta espontánea está al nivel de la masa “que no piensa”. En este ámbito, la multitud se entiende desde un marco de análisis que le confiere menor complejidad en términos de comportamiento colectivo, siendo la multitud una forma más elemental de comportamiento (Javaloy, Rodríguez & Espelt, 2001).
Rechazar este carácter elemental de la multitud, implica considerar la fuerza y potencia que ha demostrado en la revuelta social, precisamente porque carece de una orgánica pre-establecida. De ahí que precisamente su carácter sea complejo, dinámico y que posea una inteligencia no convencional.
Dicho esto, la multitud deviene un intelecto puro, que hace de brújula, allí donde
desaparecen las comunidades sustanciales y se está continuamente expuesto al mundo. El intelecto, aun en sus funciones más enrarecidas, se presenta como aquello que tiene algo de común y visible. Los «lugares comunes» ya no son un trasfondo inadvertido, ya no están ocultos detrás de los diversos «lugares especiales». Son un recurso compartido al cual los «muchos» pueden echar mano en cualquier situación. (Virno, 2003:36)
En el «Fragmento sobre las máquinas», en los Grundrisse, Marx plantea el término del intelecto general o general intellect. Esta noción puede tener diversas derivaciones, entre las cuales se ubica una réplica polémica a la «voluntad general» de Rousseau —pero aquí no es la voluntad, sino que es el intelecto, aquello que mancomuna a todos los productores, según Marx— o quizás el «intelecto general» es la reformulación materialista del concepto aristotélico de nous poietikos —el intelecto productivo, poiético (Virno, 2003). En este sentido, la inteligencia es lo que llevará a la emancipación, además de poseer un carácter que se autoproduce.
El intelecto público, el que corresponde a la multitud, es el punto de partida de desarrollos opuestos. El hecho de que las aptitudes fundamentales del ser humano —pensamiento, lenguaje, autorreflexión, capacidad de aprendizaje— pasen a un primer plano puede adquirir un aspecto inquietante y opresivo, o también puede dar lugar a una inédita esfera pública, a una esfera pública no estatal, lejana de los mitos y de los ritos de la soberanía. (Virno, 2003:40)
Lo anterior expresa el espíritu insurrecto de ciertas singularidades que componen la pluralidad de la multitud de la revuelta. Frente a la creciente precarización de la vida, volver a las calles y ocupar las plazas de los territorios muestra la reconstrucción de una política diferente, cuya creatividad desbordante sirve para elaborar otros discursos con tiempos que no necesariamente están marcados por la política “oficial”. Se escuchan otras voces con reclamos de justicia y dignidad, para sostener la movilización mediante instancias de ollas comunes en sectores donde la población se ha visto duramente afectada por la crisis social y sanitaria. Las acciones colectivas han mantenido un espíritu solidario y político, rozando con prácticas de resistencia y de desobediencia. En este sentido, la relación entre la multitud y la inteligencia colectiva es vital para encaminar proceso autoconvocados.
La multitud se caracteriza por no estar sujeta a un sentido identitario particular y único, pues es múltiple y dinámica, y plantea de alguna manera una relación con la comunidad de los sin comunidad. En este sentido, es posible analizar la multitud a la luz de elementos de la metáfora que ocupa Blanchot de la comunidad de los sin comunidad, y que Jean Luc Nancy analiza en torno a la idea de la comunidad enfrentada. Según Nancy (2002), la comunidad está desocupada y sus bondades parecen impalpables. Nancy hace alusión a que la comunidad está conformada por los sin comunidad: “merced a las relaciones con lo desconocido, instaura lo que Georges Bataille (por lo menos una vez) llamará la comunidad negativa: la comunidad de los que no tienen comunidad (Blanchot, 2002:51).
En la comunidad de los sin comunidad, los individuos no saben a priori qué es lo común, por lo que convergen y, en esa condición de desarraigo o no pertenencia, forman una comunidad. El hecho que los consagra, en tanto comunidad, deviene de este co que los constituye. Nancy concentra la salvedad de la comunidad perdida en la palabra co-, que designa la co-existencia, “una comunicación y un contagio sin los cuales no podría haber, de modo absolutamente general, ninguna presencia ni ningún mundo” (2002:29). En este sentido, el co tiene una co-pertenencia, aun si esta “pertenencia solo es la pertenencia al hecho del estar en común” (Nancy, 2002:30). Así, el co- de la comunidad tiene corazón y puede devenir un cuerpo in-orgánico. Pero, también la comunidad tiene en su término, propiamente tal, el ser – con, el estar con otros, que opera en tanto el “con” designa que el estar con otros “es seco y neutro: ni comunión ni atomización, compartir apenas un lugar, a lo sumo un contacto: un estar-juntos sin ensamblaje” (Nancy, 2002:29).
Considerar que la comunidad se aproxima a la multitud significa que el estar con otros se vuelve más extraño, se hace una comunidad que tiene en común la extrañeza de compartir y quizás establecer comunicación con una otredad que no está sometida a rasgos comunes, sino que hay una posibilidad de estar con, a partir de la insuficiencia individual de la soledad (Blanchot, 2002). En este sentido, hay una pluralidad de individuos que no comparten una comunidad, es decir, son individualidades que coexisten en la multitud sin más elección que el deseo de estar con otros y estar luchando contra adversidades que ponen la necesidad de defender la dignidad y los propios ritmos vitales, ritmos que la comunidad entendida en su versión más restringida pone en tensión y en discusión.
Como se ha mencionado anteriormente, la multitud denota colectividades y grupos desde una perspectiva politizada. Admite, en efecto, diversas singularidades que buscan espacios de expresión, de participación, de reconocimiento y de escucha en cuanto a reclamos por injusticia. Así, surge la relación de la multitud con los grupos, los cuales simultáneamente producen formas de singularidad más allá de atributos asignados. En este sentido, repensar la comunidad admite particularidades y luchas de reconocimiento desde la categoría del ser-con otros, en términos de procesos sociales que absorben las características de la inmediatez, de la espontaneidad de los encuentros que llevan por común activar las apariciones de la multitud, en la medida en que contiene la comunidad de los sin comunidad. Así, se nutre de las distintas asambleas y espacios organizativos, abriéndose a recibir sujetos que singularmente acuden al encuentro con-otros. De este modo, crece la fuerza en lo múltiple, transversal e inorgánico del caos, creándose una corporización anatómica sin jerarquías, en la medida que no hay líderes claros, pues no es lo que se busca. En cambio, se presentan vocerías rotativas, se generan comisiones de trabajo y se elabora lo común de forma conjunta.
En efecto, el cuerpo político de la multitud expresa que lo común en la lucha no ha sido acordado por nadie, pero por todxs, pues no responde a un liderazgo cuando las demandas se hacen comunes en la imposibilidad de negar que no hay nada más común que protestar por una vida más digna.
El Trabajo Social disciplinar está cruzado por distintas mediaciones de interés institucional, de procesos sociales e históricos y desafíos para la intervención, en constante relación con los acontecimientos y los rasgos del ethos que permea la vida en una dirección cada vez más imprevisible, incierta, inestable y precaria. Gestar espacios de seguridad para garantizar la dignidad y las condiciones materiales cubiertas de manera estable, se hace cada vez más difícil, al tiempo que la Covid-19 demanda atender la emergencia.
La institucionalidad, donde se inserta mayormente el quehacer profesional, ha tenido que hacer frente a la crisis sanitaria, modificando la intervención de lo presencial a lo telemático. En este contexto, velando por los principios éticos a respetar, sobre todo en las llamadas telefónicas con usuarias y usuarios (Consejo General del Trabajo Social, 2021), se ha ido situando la intervención desde la no presencialidad en plena mutación de las instituciones sociales, políticas y económicas.
Algo tan importante para el Trabajo Social como el cara a cara, se ha visto imposibilitado por las medidas sanitarias, afectando con ello la intervención comunitaria, el trabajo de campo, el encuentro y el diálogo para establecer confianzas. De alguna manera, esto ha debilitado el vínculo con los territorios para centrarse en lo individual y en la intervención de caso. No obstante, muchas comunidades, como se mencionó en el apartado anterior, siguen activas y han sido fundamentales para sostener la vida en pandemia. De ahí que el espíritu de solidaridad en el estallido se mantenga, como un germen que ha materializado el sentido de justicia y la esperanza de canalizar esfuerzos colectivos desde lo destituyente y lo instituyente, evocando una nueva soberanía popular cristalizada a través de la Convención Constitucional.
En este contexto, es un desafío vislumbrar el lugar del quehacer profesional en los territorios organizados y múltiples. La necesidad de revincular y asimilar los nuevos fundamentos que se instituyen desde los territorios forma parte de los desafíos de democratización de las instituciones. De este modo, se plantea un punto de inflexión para la intervención social en términos de repensar las perspectivas y metodologías, para movilizar recursos hacia la autonomía y autogestión de quienes luchan. Identificar las necesidades de los individuos, las comunidades y los grupos, vinculando el malestar de la crisis social y sanitaria, precisa de metodologías, herramientas e instrumentos acordes que permitan comprender los fenómenos en su contexto situado, para desde ahí, idear formas de intervención respetuosas con el llamado a refundar Chile. Para ello, la intervención social asume un papel en la construcción social que se define y redefine continuamente a partir de las significaciones y usos de los territorios, que se construyen cotidianamente gracias a historias comunes, usos y sentidos (Carballeda, 2017). Esto es posible de desplegar por medio de la cartografía social, como instrumento metodológico que vincula las dinámicas territoriales con las instituciones desde nuevas narrativas y lenguajes que la multitud ha ido imprimiendo y contagiando en su gramática múltiple. Así,
las Cartografías Sociales pensadas como una gramática, tienen posibilidades de aportar al conocimiento de la complejidad de los territorios de Intervención en lo Social y de generar, desde allí, una estructura con capacidad de organizar, desde diferentes ángulos, la complejidad de los escenarios sociales actuales y la puesta en escena de éstos desde la configuración, complejidad y perspectiva que le otorgan los actores que lo habitan. (Carballeda, 2017:149)
En esta complejidad, el escenario político y social actual exige al Trabajo Social estar a la altura de las transformaciones del Chile que despertó. Aquellas que se han de captar siguiendo el ritmo de las comunidades, los territorios, las afecciones y necesidades,
de manera sistemática y organizada, desde la relación que se construye entre los actores sociales y el territorio, nuevas maneras de interpelación, mostrando también, muchas veces, la capacidad de responder a los interrogantes que surgen de ellas en forma situada. Es decir, a partir de una construcción que se desarrolla en un contexto que le imprime su singular influencia, intentando articular lo espacial con lo histórico social. (Carballeda, 2017:144)
Lo anterior apunta a la implicación práctica que aporta la cartografía social, cuya relevancia, para el contexto de la revuelta y con la revitalización de los territorios, resulta altamente atractiva como metodología acorde a las mutaciones y reterritorializaciones. Así, es posible registrar el re-conocimiento de los problemas, a luz de los propios lenguajes para construir nuevas narrativas que el trabajo social precisa atender. También la cartografía posibilita un espacio y método que insta al profesional de la intervención a participar de la producción de las nuevas subjetividades que se crean en la multitud. Allí, donde ha surgido la posibilidad de ocupar un lugar de habla, dignamente oída, y un lugar de existencia verdaderamente reconocida (Rolnik, 2019). Ello precisa que los y las profesionales consideren los ritmos oscilantes con que vibran las agencias potenciales, múltiples y plurales.
El Trabajo Social puede promover procesos de justicia social y de emancipación, en conexión con las afecciones y lo que surge de los espacios micropolíticos que renuncian a los deseos impuestos por el orden capital, para apoyar los procesos de cambio. En este sentido, la esfera micropolítica promueve un afecto, valores, relaciones que nacen (Rolnik, 2019).
Es necesario articular metodologías como la cartografía social en esferas micropolíticas, para captar la mutación de los espacios donde el Trabajo Social tiene que contribuir. Así, crear herramientas con las que reterritorializar, es decir, potenciar cambios y nuevas relaciones que no reproducen el statu quo. El desafío consiste en aprovechar este contexto de asambleas territoriales y de tejido social activo, siendo las corporalidades el nexo y la presencia fiel a las voces y a los cuerpos que luchan. Se trata de algo inexorable a toda intervención social que se plantea desde los territorios. Aquí, el Trabajo Social tiene un papel vital para fortalecer redes de relaciones que permitan cartografiar los horizontes y proyectos, gestando desde el quehacer canales de encuentro que potencien las fuerzas vitales en espacios donde se toman decisiones que inciden en la vida y su valor.
Se ha mencionado anteriormente el vínculo crucial entre el Trabajo Social y la esfera de la micropolítica. Sin embargo, en lo que sigue se precisarán elementos sobre la macropolítica y la micropolítica no solo como esferas que se encuentran en la multitud y que se expanden a nivel territorial. Asimismo, como dimensiones que inciden en la producción de subjetividades, ahí donde surge la posibilidad de la transformación social. En esta relación, el Trabajo Social tiene un rol que cumplir, pero también tiene que comprender cómo lidiar con esta aparente separación entre lo que se da en lo macropolítico y lo que ocurre en la esfera micropolítica.
Para entender la separación entre macro y micro, cabe mencionar, primero, que ambas esferas no necesariamente por el hecho de existir suscitan la transformación o la emancipación, ya que pre-existen también para reproducir el orden social capitalista. En el fondo, que tanto la macro como la micropolítica, pueden tener un componente opresor o alienante. Atendiendo a estos instantes de peligro propios de la historia, como diría Walter Benjamin, se ha de optar por entender dichas esferas como procesos de afirmación de la subjetividad, en cuanto posibilitan un análisis de carácter inconsciente de los deseos de cambio. En este sentido, la micropolítica se puede situar como potenciadora de la fuerza vital en quienes han de tomar conciencia de cómo y por qué se persiguen ciertos ideales, autoreflexionando y compartiendo decisiones para crea algo nuevo, algo que capte nuevas potencias en contra de lo que asfixia la vida (Rolnik, 2019).
En el campo del Trabajo Social, la esfera macropolítica plantea un camino de corte institucional que, en rigor, enfoca la intervención social en términos normativos, apelando, por ejemplo, a la justicia social sobre todo de tipo distributiva. El carácter de la macropolítica, cuando está del lado de la emancipación y la toma de conciencia sobre la necesidad de cambiar la subjetividad neoliberal y capitalista, puede promover cambios en el diseño de las políticas pública y de los programas sociales. Este ámbito se da lejos de la participación de quienes sufren las afecciones. En cambio, la esfera de la micropolítica recoge las necesidades y afecciones de las agentes y sus particularidades, configurando un espacio para potenciar la vida frente a la adversidad, generar pertenencia, crear otros discursos y luchas por la justicia social y la emancipación, desde principios éticos que son la brújula del proceso de transformación (Rolnik, 2019). De este modo, la micropolítica hace posible salir conjuntamente de los discursos hegemónicos y normativos que tienden a cristalizarse en la macropolítica a gran escala.
Para el Trabajo Social, es importante pivotar en ambas esferas. Aun cuando el contexto de la revuelta social instituye las demandas en la macropolítica, lo cierto es que asistimos a una transformación micropolítica irreversible. Afecta lo común y va por caminos que se distinguen de lo que el Estado puede tomar como camino (Guattari & Rolnik, 2006:18). La micropolítica se da en actuaciones donde la existencia y lo que está por nacer encuentran otros cuerpos donde corporeizarse y donde se logra transformar la realidad (Guattari & Rolnik, 2006). La insurrección en esta esfera es acorde con la lucha de la revuelta social del 18 de octubre, que persigue la emancipación.
En este escenario, el Trabajo Social que se conecta con la macropolítica, mayormente en el nivel de implementación de las políticas públicas, ha de instar y mediar espacios de micropolítica para manifestar los mundos por venir (Rolnik, 2019). Por lo tanto, es fundamental atender a lo que ocurre en lo múltiple de la multitud con el propósito de captar las distinciones que se dan tanto en la macropolitica como en la micropolítica. Dicho de otro modo, la articulación de ambas esferas obedece al rigor de las metodologías participativas, cualitativas y cuantitativas, con las cuales es posible poner “en marcha una espiral de acción-reflexión-acción (…) que puedan multiplicar los efectos” (Villasante, Montañés & Martí, 2002:27) en los procesos de desarrollo territorial, comunitario y colectivo, por lo cual, no se trata de dimensiones nuevas. En otras palabras, la distinción entre la micropolítica y la macropolítica que se ha mencionado contiene un carácter psicoanalítico de los sujetos y las instituciones sociales, es decir, un tratamiento de los deseos como motor de emancipación, liberación y creación de una potencia creativa anticapitalista.
Sin embrago, cabe decir que lo macro y lo micro resuenan en el campo de las ciencias políticas y sociales, desde una relación antagonista que acusa cierta verticalidad y que, en el mejor de los casos, genera una posibilidad de “levantar” e “impulsar” los procesos sociales desde las bases, es decir:
Contra la lógica de que los aspectos macro se imponen sobre lo micro, o que desde arriba o lo más amplio se hacen las cosas hacia abajo o en lo más pequeño, creemos que también desde abajo, desde lo pequeño y lo micro se pueden desarrollar procesos multiplicadores. Les podríamos llamar efectos mariposa si pensamos que la sociedad es como holograma social que en toda unidad pequeña está ya toda la grande. Y que actuando en lo pequeño lo estamos haciendo en lo grande también, sobre todo si se dan algunas condiciones de multiplicación de fenómenos. (Villasante, Montañés & Martí, 2002:27)
En este sentido, la interiorización de la micropolítica en los espacios locales y comunitarios, desde lo pequeño a lo grande, exige la articulación con la esfera del deseo de crear potencias —según lo que se ha expuesto desde los planteamientos de Suely Rolnik sobre la micropolítica—, que tiene en común con la organización micro espacial de lo pequeño, la capacidad de reterritorializar en lo macro y la ruptura de la lógica vertical y piramidal. Ergo, más allá de la dicotomía, arriba, abajo, macro, micro, lo que parece interesante tiene que ver con la idea de espiral de la socio-praxis, que implica una manera de tomar decisiones participativas: “sabiendo que no hay una verdad definitiva, la podemos infinitamente construir” (Villasante, Montañés & Martí, 2002:27).
Aquí el desafío para el Trabajo Social consiste en desplegar las metodologías para la comprensión del fenómeno, como la cartografía social, la cual es pertinente a la aproximación del escenario político y social actual. Rastrear las problemáticas, así como la expresión de estas en los territorios requiere efectivamente de un método innovativo para la intervención social que considere las distinciones que aquí se han planteado. Así, es crucial que el Trabajo Social se involucre en la esfera de la micropolítica, donde los esfuerzos y las condiciones de las intervenciones sean fortalecidas desde la posibilidad de reasumir las responsabilidades éticas y políticas por la vida, movidas en la dirección colectiva. Además de asumir la micropolítica como brújula de abordaje (Rolnik, 2019) y de expansión de la multitud en espacios locales, es importante tener en cuenta que el saber múltiple alude a una epistemología que entronca con el re-conocimiento de los saberes que han sido silenciados, como el de las mujeres, los pueblos originarios, los grupos marginados, las disidencias, las personas mayores, las niñeces, etc. Estos se han de considerar para teorizar y producir conocimiento, en torno a los procesos de reconfiguración del tejido social y de las formas de resistencia en tiempos de pandemia. Por lo tanto, la posibilidad de abrir el campo del saber para el Trabajo Social desde las bases debe hacer eco de este momento instituyente, atendiendo a las demandas y al nuevo lenguaje de las corporalidades múltiples. Lo cual,
tiene lugar en el encuentro entre diferentes sujetos encarnados e inscritos que están unidos en la mismidad de las fuerzas que los impulsan. Resonancias externas, intensivas y afectivas convierten al deseo en una fuerza que nos propele hacia adelante, pero que también permanece en frente de nosotros, como un horizonte dinámico y cambiante de encuentros múltiples y diversos, y de traspasos de fronteras y de territorios de todo tipo. (Braidotti, 2005:128)
El Trabajo Social ha de atender a este encuentro valorando los saberes populares y la inteligencia general de la multitud, la cual contribuye no solo a luchar contra la política neoliberal. Asimismo, a instalar una posibilidad de construir conocimiento desde los saberes que han sido menospreciados por el saber dominante, como el de los pueblos originarios, de manera “que los grupos sociales oprimidos representen al mundo como propio y en sus propios términos, pues solo así podrán cambiarlo según sus propias aspiraciones” (Sousa Santos, 2018:29).
Hay que incorporar desde el quehacer, métodos, formas de sentir y recrear lazos sin perder de vista los procesos cognitivos sobre el significado, la justificación y la orientación en la lucha de aquellos que resisten y se rebelan contra la opresión. Es preciso que las nuevas epistemologías que reclaman este momento de revuelta social y el ambiente constituyente retomen la construcción de lo común, por vías de resonancia entre frecuencias de afectos, es decir, de micropolítica (Rolnik, 2019). Esto implica desarticular ideas prefijadas, con tal de movilizar la voluntad de perseverancias múltiples, plurales, discontinuas, pero comprometidas con los procesos de transformación social, no reformistas, sino estructurales.
La multitud ha venido para impregnarnos de su energía y para contagiarnos. Ha venido también para modificar el escenario político y social, para impulsar un destino plural y múltiple, para reflejar la necesidad de cambio en lo intangible de las sensibilidades que se congregan en un nuevo espacio público democrático, y en un nivel macro, para refundar los presupuestos y principios que den origen a un nuevo orden social.
Es preciso conocer, sensibilizarnos y entender las reapropiaciones, formas de acción colectiva y procesos de organización social. Aprender de la multitud es considerar que tiene distinciones como las que se han expuesto en relación al cuerpo como dimensión política y performativa, que remite a una forma de manifestación social múltiple y horizontal. Esta distinción entronca con la experiencia política de corporalidades y subjetividades, estar y de reterritorializar. Por lo tanto, la multitud es clave como categoría de análisis teórico/práctico de los escenarios sociales donde tienen lugar los agenciamientos que harán posible un porvenir más justo.
En relación a la distinción para el análisis de la multitud, la comunidad de los sin comunidad nos actualiza en la manera de aproximarnos a la dimensión comunitaria, para entender que está nutrida de factores de la multiplicidad, que la comunidad no es ideal ni menos homogénea y que, en el escenario de la revuelta, su reconfiguración plantea un cuestionamiento a las lógicas hegemónicas de verticalidad.
En este sentido, para el quehacer profesional, el desafío es restablecer confianzas y seguir el ritmo de la organización territorial y sus formas autogestivas. Hoy toma relevancia para pensar la intervención social considerar las distinciones sobre la multitud junto a una comunidad que no tiene pre-establecido lo que es común, sino que oscila, se construye y se refunda colectivamente. Aquí, la cartografía social contribuye a los procesos sociales e históricos que nos atraviesan, los cuales demandan nuevas comprensiones sobre el lenguaje de las comunidades, de lo múltiple y lo plural que se tornan los territorios. Para ello, considerar el cuerpo performativo, la resonancia entre las frecuencias, singularidades y disidencias con una estética singular e intergeneracional, hace justicia al horizonte ético y a los cambios políticos que se presentan en el actual escenario político social de la Convención Constituyente. Pero, también de espacios destituyentes donde aparecen las voces protagonistas de la lectura del malestar social, que han de ser rastreadas desde la micropolítica, expandiéndolas a planos y mapas sociales donde sea posible la construcción de un proyecto múltiple, pero común.
Aproximarnos a la multitud permite acceder a lo común, a los códigos, lenguajes y gramáticas de marcos políticos intersubjetivos para mejorar la vida conjunta. Esto es una dimensión crucial para comprender las relaciones más allá del individualismo, así como para entender y hacer llegar las demandas multitudinarias a espacios instituyentes, que dialoguen con la macropolítica y la micropolítica en el curso de las afecciones actuales, en la búsqueda de agenciamientos en un contexto en que se respira un nuevo ambiente con direcciones convergentes sobre lo que está por venir.
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[1] Catalina Ruz Escobar. Doctora por la Universidad de Barcelona, programa de Ciudadanía y derechos humanos. Facultad de Filosofía. Licenciada en Trabajo Social, Universidad Católica Silva Henríquez (UCSH). Docente Escuela de Trabajo Social UCSH. cruz@ucsh.cl
[2] Con el mayo feminista chileno del 2018, las movilizaciones multitudinarias reunieron en Santiago a cerca de ciento cincuenta mil personas, en contra del acoso en las salas de clases y por una educación no sexista. Convocadas por estudiantes universitarias, denunciaron situaciones de acoso sexual y un trato sexista por parte de profesores de algunas universidades.
[3]Sobre la razón neoliberal, véase: Laval, C. y Dardot, P. (2013). La nueva razón de mundo. Ensayo sobre la sociedad Neoliberal. Barcelona: Gedisa.
[4] Esto refiere a las primeras asambleas autoconvocadas en la plaza Yungay después del 18 de octubre 2019.