TRABAJADORAS SOCIALES: INTELECTUALES EN EL CAMPO DE OPOSICIÓN A LA DICTADURA.INTERVENCIÓN, REFLEXIÓN Y ACCIÓN DEL “COLECTIVO DE TRABAJO SOCIAL”1981-1990

Social workers: intellectuals in the field of opposition to the dictatorship. Intervention, reflection, and action of the “Social Work Collective” 1981-1990

Cristina Moyano Barahona1
https://orcid.org/0000-0002-4517-2688
DOI: 10.53689/int.v12i2.150

Recibido: 20 de noviembre 2022
Aceptado: 28 de diciembre 2022

Resumen

El presente artículo recupera las discusiones teóricas, metodológicas y políticas que hicieron un conjunto de trabajadoras sociales que se agruparon en torno al Colectivo de Trabajo Social. Este espacio de reflexión y creación fue parte de las redes de intelectuales de oposición a la dictadura y del proceso de renovación de las izquierdas. Desde su práctica situada repensaron el Trabajo Social como disciplina y debatieron con el proceso de reconceptualización para apostar por uno de corte alternativo y solidario.

Palabras clave:

Trabajo Social, Dictadura militar, Intelectuales, Mujeres, Colectivo de Trabajo Social.

Abstract

This article recovers the theoretical, methodological, and political discussion made by a group of social workers that assembled around the Social Work Collective. This space for reflection and creation was part of the networks of intellectuals that opposed the dictatorship and the process of the renewal of the left. From their situated practice, they rethought Social Work as a discipline and discussed the reconceptualization process to bet on one that was alternative and solidary.

Key words:

Social Work, Military Dictatorship, Intellectuals, Women, Social Work Collective.

Cómo citar

Moyano, C. (2022). Trabajadoras sociales: intelectuales en el campo de oposición a la dictadura. Intervención, reflexión y acción del “Colectivo de Trabajo Social” 1981-1990. Intervención, 12(2), 13-25

Introducción

Este artículo aborda, desde una perspectiva de historia intelectual, aquellos debates más sustantivos que formaron parte del campo del Trabajo Social en Chile durante la dictadura militar. Su objetivo central es recorrer las tensiones y analizar la producción de los actos de habla (Skinner, 2011), en su dimensión performática (Ramos, Canales y Palestini, 2008), en una época donde se estaban definiendo los efectos del proceso de reconceptualización, en un nuevo contexto sociopolítico e institucional. En ese sentido, metodológicamente este texto está estructurado en un análisis intensivo de fuentes documentales como lo es la Revista Apuntes para el Trabajo Social, producida bajo casi la totalidad de la década de lo 80.

La revisión de dicho corpus documental obedece a la recuperación histórica de un conjunto de prácticas de intervención social, de producción de saberes y conocimientos que se realizaron fuera del campo universitario y que se ubican simultáneamente como parte de los debates que hicieron intelectuales de oposición a la dictadura militar chilena, entre 1980 y 1990.

1. Breve historia del campo intelectual de las ciencias sociales y el Trabajo Social en Chilehasta 1973

El campo intelectual que se fue configurando entre 1950 y 1973 fue abruptamente intervenido por la asonada militar y la larga dictadura que la siguió. Hacia fines de la década del 60, donde el modelo desarrollista comenzaba a mostrar sus evidentes límites, las ciencias sociales experimentaban, a la par, un crecimiento sostenido. Según Brunner y Barrios (1987), la matrícula en las carreras de esta área había pasado de un 2,5% en 1950 a un 14,6% en 1970, siendo la sociología la preferida de los y las jóvenes que se incorporaban a las universidades nacionales.

Las razones de este crecimiento de las ciencias sociales estuvieron asociadas a factores endógenos, como la necesidad de formar cuerpos profesionales calificados y disponibles para analizar los problemas del desarrollo social, necesarios para incorporarse a los cuadros tecnocráticos de los gobiernos que aspiraban a resolver los dilemas para la creación de un mercado interno capaz de sostener el crecimiento económico, disminuyendo la dependencia de los mercados externos, la inflación permanente y una balanza de pagos siempre desequilibrada.

En forma paralela, y como factores exógenos, crecían los fondos para investigación (internos y externos), las universidades se abrían a la creación de centros de estudios interdisciplinarios que pudieran aportar saberes para resolver lo que se identificaba como límites de un conjunto de expectativas de transformación social, económica y cultural que constituían el universo simbólico en el cual las ciencias sociales se dotaban de legitimidad, no sólo para comprender los procesos históricos, sino también para transformarlos. A partir de 1964 y hasta 1973, la necesidad de cientistas sociales para asumir las iniciativas reformistas y revolucionarias conducidas por los gobiernos de Frei y Allende fortalecieron el crecimiento de estos intelectuales. (Moyano y Lozoya, 2019)

Todo lo anterior en un escenario transnacional, donde Chile recibió a numerosos cientistas socialesque venían desde Brasil, México y Argentina, articulando un verdadero espacio latinoamericanistaque se fue politizando rápidamente, conforme ingresaban lecturas que recuperaban a autores como Marcuse, Horkheimer, Fromm, Maritain, Marx y hasta Gramsci, permitiendo repensar los límites de la ciencia entre la dimensión objetiva y la performática, que la volvía más campo de acción que de conocimiento aséptico. (Devés, 2003; Moyano y Lozoya, 2019)

De esta forma,

la discusión acerca de las vías y formas necesarias para la transformación social, el tipo de universidad que necesitaba el país y las herramientas interpretativas de la realidad generaron una introspección en los intelectuales y una ampliación de los contenidos del debate. Éste comenzaba decretando la imposibilidad de la objetividad positivista y la falsedad de la neutralidad; alentaba el compromiso del intelectual y, sobre todo, el compromiso de la obra (Moyano y Lozoya, 2019, p. 199).

Fue en ese marco donde el Trabajo Social ganó carta de ciudadanía intelectual dentro de las ciencias sociales. Nacida como una disciplina técnica en las postrimerías de la segunda década del siglo XX. Chile fue uno de los primeros lugares del continente donde se instaló una Escuela de Servicio Social. Bajo el influjo del modelo belga, los Doctores Alejandro del Rio e Ismael Valdés, directores de la Junta de Beneficencia de Santiago, decidieron convocar en 1925 a la belga Jenny Bernier, para conducir a la primera cohorte de 42 visitadoras sociales que se formarían en nuestro país (Moyano, 2016a).

Tal como hemos indicado en trabajos previos

La Escuela estuvo asociada a la idea de independencia inicial del sistema universitario y su vinculación a la Junta de Beneficencia marcó el elemento tradicional: filantrópico y asistencial, que la caracterizó durante sus primeros diez años de existencia y que se tensionó permanentemente con aquellos elementos modernos del servicio social, entendido como práctica racional y científica. (Moyano, 2016a, n.10)

Así, en propias palabras de la mujer que formó parte del proyecto fundacional, Leo Cordemans, el objetivo de la formación de visitadoras sociales se orientaba a que pudieran “comprender las tendencias nuevas de la acción social, poseyendo las cualidades morales y los conocimientos necesarios para aplicar práctica y sistemáticamente sus directivas” (Cordemans, 1927, p.111).

Tomando las palabras del Dr. René Sand, ícono del servicio social a nivel internacional, Leo Cordemans definió el servicio social como

el total de esfuerzos científicos organizados, colectivos o individuales, privados o públicos, que tienden a la solución de los problemas de desadaptación y desorganización, tales como las enfermedades, la miseria, la dependencia económica, el divorcio, la cesantía, la falta de distracción apropiadas, etc., no sólo con el objeto de evitarlos, sino que principalmente prevenirlos. En consecuencia, el Servicio Social tiene un doble fin: de tratamiento y de prevención (Cordemans, 1927, p.115).

Después de varios años de consolidación en el campo profesional, en la década del 50 las escuelas de Servicio Social de Santiago, tanto la laica nacida al alero de la Junta de Beneficencia, como la católica Elvira Matte Cruchaga, pasaron a depender de la Universidad de Chile y de la Pontificia Universidad Católica de Chile respectivamente, como escuelas anexas, similar a las denominadas escuelas normales, respecto de la formación de profesores. De a poco, el Trabajo Social se instalaba en el campo de las ciencias sociales y en el marco del crecimiento de esta área, ingresó al campo universitario y participó de los intensos debates sobre la cohesión, la integración y el cambio social. En esos tránsitos estaba el Trabajo Social cuando el golpe azotó el campo universitario, las escuelas fueron intervenidas, sus académicas expulsadas y un profundo retroceso en las concepciones teóricas, revirtieron varios años de crecimiento sostenido de esta disciplina en Chile. (Moyano, 2016 b)

En este artículo recorreremos algunos debates y particularmente recuperaremos el proceso de crítica a la reconceptualización del Trabajo Social, que hicieron en Chile, en contexto de represión y clandestinidad, un conjunto de trabajadoras sociales que a contrapelo y fuera del espacio universitario, hicieron de la práctica de intervención un esfuerzo sistemático de reflexión, para dotar de teoría a la acción social performativa de la disciplina. Nos referimos en particular a la experiencia intelectual del Colectivo de Trabajo Social.

2. Trabajadoras Sociales en lasredesintelectualesde oposicióna la Dictadura

La dictadura militar con su represión y violación sistemática a los Derechos Humanos convocó de forma ética a muchas trabajadoras sociales. Así, al alero de organizaciones como la Vicaría de la Solidaridad, la Fundación de Ayuda Social de Iglesias Cristianas (FASIC), la Corporación de Defensa de los Derechos del Pueblo (CODEPU), la Corporación de Derechos Humanos (CINTRAS), la Asamblea Nacional de Derechos Humanos y el Comité para la Paz en Chile, se fueron re-encontrando con el mundo popular, un mundo poblado por sujetas y sujetos diversos, bastante distante de aquel prefigurado en la teoría marxista (Pacheco, 2020).

Articuladas en espacios de intervención social, también participaron de centros académicos independientes como el Círculo de Estudios de la Mujer (1978), base del posterior Centro de Estudios de la Mujer (CEM/1983) y otros tan relevantes como lo fueron el Centro de Formación y Servicios de la Mujer DOMOS; Taller de la Mujer del Instituto Nuevo Chile; Talleres Tamarugo; Centro de Estudios y Reflexión de la Mujer (CEREM); Centro de Estudios y Atención del Niño y la Mujer; Red de Información y Difusión de la Mujer (RIDEM/1988); Instituto de la Mujer (1985), Sur Profesionales y, particularmente, el Colectivo de Trabajo Social (Pacheco, 2020).

Combinando las prácticas de intervención social, organizaron desde ollas comunes, hasta talleres de sobrevivencia para encarar la inflación y recomponer los lazos de asociatividad popular, pasando por innovadores talleres de sexualidad femenina, desde donde se interseccionalizaron las reflexiones sobre la clase y el género, dotando de nuevos saberes al feminismo local.

Fue en este espacio poblado de cientistas sociales, donde un conjunto de mujeres articuladas en torno a un colectivo, que funcionó híbridamente como lugar de reflexión y de prácticas profesionales, se asoció autónomamente para no dejar de producir la necesaria reflexión teórica que había quedado trunca con el Golpe de Estado. Sus fundadoras provenían de la experiencia formativa de la Pontificia Universidad Católica de Chile, donde habían participado, con mayor o menor protagonismo, de la Reforma Universitaria y de la propia escuela de Trabajo Social. Hacia 1981 decidieron emprender esta empresa intelectual, que tuvo como centro la producción de la revista Apuntes para el Trabajo Social, dependiente del Colectivo de Trabajo Social.

A pulso, Andrea Rodó, Paulina Saball, María Teresa Marshall, María Angélica Morales, Daniela Sánchez, Ximena Valdés y Gloria Vío, comenzaron a editar la revista, publicando 17 números “de artículos elaborados con fines de estudio y que tenía prohibida su venta o reproducción total o parcial”. En sus páginas se puede visibilizar los debates políticos sobre lo popular, la introducción del feminismo en el trabajo con pobladoras; las tensiones respecto del rol del intelectual como educador popular; las demandas para una futura democracia; y su propio ejercicio profesional definiendo la especificidad del Trabajador Social Tradicional por un Trabajo Social Alternativo, que requería ser dotado de un sustrato teórico y metodológico que permitiera transformar la práctica de la intervención y la generación de conocimiento (Moyano y Pacheco, 2018, p.6).

Para estas trabajadoras sociales, la situación que se abrió posterior al golpe, hacía urgente (en lo epistémico y en lo político) reflexionar sobre la emergencia de un “nuevo tipo de Trabajo social, comprometido con la tarea de la educación popular y la creación de espacios de autonomía para los grupos y organizaciones” (Editorial, Revista Apuntes para el Trabajo Social,1983, p.8), redescubriendo y valorizando el espacio de lo social y de la vida cotidiana. Dicho debate se vinculó con otro más amplio situado en el espacio latinoamericano, que tuvo su centro en el Perú de Velasco Alvarado, gobierno militar desarrollista que permitió la creación del Centro Latinoamericano de Trabajo Social (CELATS/1975), foco articulador de los nudos críticos que dieron origen al movimiento de reconceptualización de la disciplina.

CELATS se constituyó en un

espacio privilegiado para registrar la producción, circulación y consumo de las “cualificaciones” y su transformación en nuevos conocimientos y métodos de trabajo ligados a los aparatos estatales, a las organizaciones gremiales y a los sectores populares (...) operando como una red intelectual transnacional que reunió a tres grupos erigidos en la “fuerza de trabajo cualificada”: los trabajadores sociales peruanos que obtuvieron apoyo estatal del gobierno militar populista, los profesionales e intelectuales latinoamericanos ligados a ALAESS y exiliados en Lima como resultado de la represión que sufrió la nueva izquierda y los intelectuales de la Fundación Konrad Adenauer (FKA), institución dependiente del Partido Demócrata-Cristiano que gobernó Alemania Federal hasta 1969. Asimismo,atendemos al grupo de mujeres que contaba con alto grado de calificación intelectual, tuvo un importante rol en la fusión de aquellos tres grupos y ocupó posiciones clave tanto en el CELATS como en la orientación de su aparato editorial (Celentano y Lamaison, 2019, p.27-28).

A ese grupo transnacional, donde participaron chilenos como Diego Palma, adscribieron las trabajadoras sociales del Colectivo de Trabajo Social y desde allí se nutrieron y aportaron al debate sobre los procesos de redefinición de la disciplina, particularmente de lo que se conoció como la reconceptualización del Trabajo Social. Según Celentano y Lamaison (2019), dicho movimiento teórico, metodológico y operativo, propendió

a crear una identidad entre la acción de éste y las demandas reales que surgen de la actual situación del continente (Acción Crítica, 1, 1976:32), trasladando la disciplina desde los problemas comunitarios, grupales e individuales hacia los problemas estructurales de la sociedad. Las condiciones sociopolíticas y económicas del nuevo orden mundial favorecerían el surgimiento del Movimiento; las expectativas de un cambio concreto en el orden social permitirían una crítica a los métodos tradicionales de la profesión, a la ideología que la sustenta y a la inadecuación de ésta para la comprensión de la realidad latinoamericana (p.30)

Así, a decir de Celentano y Lamaison (2019),

Las y los trabajadores sociales involucrados en experiencias reconceptualizadoras no sólo renovaron la intervención institucional, sino también la formación profesional. Entre las cátedras universitarias que encabezaron esa renovación, se destacan las que estuvieron a cargo del argentino Luis María Früm en la Escuela de Trabajo Social de la Universidad Nacional de San Luis; del uruguayo Hernan Kruse en la carrera de Servicio Social de la Universidad de la República; del brasileño Vicente de Paula Faleiros y del colombiano Juan de la Cruz Mojica Martínez en la Escuela de Trabajo Social de la Universidad Católica de Valparaíso; y de la brasileña Leila Lima Santos, impulsora del “Método BH” en la Escuela de Servicio Social de la Universidad de Belo Horizonte (p. 30).

Sumado a lo anterior y desde un espacio no universitario, fueron activas partícipes de dicha red las trabajadoras sociales del Colectivo, que además se vincularon en Chile a los debates que cruzaron la compleja y heterodoxa renovación del socialismo nacional. En las páginas de la revista Apuntes, donde se promocionaban las ediciones de CELATS, ellas declaraban la urgencia de incorporar en los procesos de reconceptualización la propuesta de un Trabajo Social alternativo, donde

otras opresiones más allá de las estructurales, cuyo enfrentamiento no es ni posterior al enfrentamiento de clase, descubrimos que las mujeres viven, por ejemplo, la experiencia de transformar sus relaciones familiares, de pareja, de vida sexual, pueden imaginar y creer en un proceso de liberación colectiva. (Editorial, Revista Apuntes para el Trabajo Social, 1983, p. 8).

Y aquello iba más allá de la pura dimensión estructural, estaba en la experiencia de lo cotidiano y no disponía del mismo reconocimiento que otras dimensiones.

De esta manera, incluso a contracorriente de los propios ejes del proceso de reconceptualización, las trabajadoras sociales chilenas articuladas en torno al Colectivo pusieron nuevos temas para redefinir teóricamente el Trabajo Social. Lo hicieron desde entornos académicos no tradicionales y debieron vencer las resistencias que venían desde una ciencia social altamente patriarcalizada, tanto en sus dimensiones epistémicas como en sus prácticas de intervención social.

3. Por un Trabajo Social Alternativo. La propuesta teórica del Colectivo

En noviembre de 1982 se desarrolló en Punta de Tralca el Segundo Seminario sobre Trabajo Social y problemas urbanos. Participaron de dicho encuentro el sociólogo de Sur profesionales, Eugenio Tironi; Carlos Piña, antropólogo investigador del CIDE; los trabajadores sociales Jaime Contreras, Ana María Medioli y la sicóloga Andrea Rodó. Las profundas discusiones que se dieron en dicho encuentro motivaron a que las integrantes del colectivo organizaran un taller cuyo título sería ‘Trabajo Social y política', que pretendía hacerse cargo de las siguientes preguntas ¿Trabajo Social en una coyuntura de crisis? ¿Relación con el Estado: reclamo, denuncia o autonomía? ¿Qué proyecto se levanta desde el Trabajo Social? Dicho taller funcionaría en Román Díaz 199, en la sede de SUR y se encontraba coordinado por María Teresa Marshall. (Colectivo, Revista Apuntes para el Trabajo Social, 1983.) Era un momento clave, de autoinspección crítica del devenir del Trabajo Social, expresión de una férrea voluntad de que, la experiencia vivida pudiera colaborar a la reflexión que, desde otros espacios transnacionales parecía subsumida simplemente en el retorno al asistencialismo, con vocación teórica de liberación, pero que en la práctica no salía de los estrechos márgenes del marxismo que había primado en el proceso de reconceptualización. A este proceso ocurrido en los años 80 se le conoce dentro de la historia del Trabajo Social como de ‘profesionalización’, para diferenciarlo de la ‘reconceptualización’ (que mantenía vigencia particularmente en Centro América y Perú), con fuerte presencia en Colombia, Chile y Uruguay, a propósito de los contextos políticos que se vivían en dichos países.

En 1983 y a 10 años del Golpe de Estado, las mujeres agrupadas en el Colectivo, autodefinidas como

trabajadoras sociales que nos formamos en el tiempo de la reconceptualización y que después de 1973 hemos trabajado en el ámbito del trabajo solidario y en instituciones de acción social no oficiales, les parecía necesario dar un nuevo paso, asumir nuevos desafíos. Queremos ir más allá de la sola reflexión e intercambio; queremos recobrar la capacidad de hablar y proponer; queremos aportar, desde nuestra inserción particular a la formulación de un proyecto de transformación social y política para nuestro país (Editorial, Revista Apuntespara el Trabajo Social, 1983, p.5).

Críticas del proceso de reconceptualización, rememoran ese aprendizaje como un tiempo donde el

Trabajo Social llegó a confundirse con el trabajo político, que se sobrepone a lo social. Esta sobreposición contribuyó también a afectar la identidad del trabajador social, haciendo difusa la frontera entre el rol profesional específico y el papel de activistas que le asigna la militancia política (Editorial, Revista Apuntes para el Trabajo Social,1983, p.6).

Fue, en suma, un período de imbricación, de confusión y de un compromiso irrestricto del Trabajo Social con un proyecto de liberación popular.

Para ellas, sería el Golpe y las modernizaciones neoliberales, lo que generó el contexto que obligó a redefinir al Trabajo Social en función de su reencuentro con las primeras acciones de apoyo solidario. Para las trabajadoras del Colectivo, este nuevo Trabajo Social nació de una imbricación necesaria con la Educación popular, herramienta clave para avanzar en la creación de espacios de autonomía para los grupos y organizaciones. Esta práctica social estaría caracterizada por orientarse a,

-buscar con los grupos soluciones reales a problemas concretos, partiendo de las necesidades “sentidas”, utilizando su capacidad y los recursos de que disponen; - revitalizar la organización poblacional, ya sea conformado o apoyando las existentes. Se promueve el trabajo colectivo en torno a una tarea común; - desarrollar la participación al interior de organizaciones, facilitando el aprendizaje de interrelaciones democráticas; -buscar con los grupos, interpretaciones globales y críticas a sus problemas, estimulando la reflexión sobre las causas y sus interrelaciones; -generar condiciones de autonomía, reconociendo la capacidad de los grupos para asumir por sí mismos su proceso de liberación y la necesidad de lograr una ruptura de los lazos de dependencia tanto de las instituciones como de los agentes externos que dificultan dicho proceso (Editorial, Revista Apuntes para el Trabajo Social, 1983, p. 7)

Este reconocimiento histórico de una trayectoria marcada por los quehaceres que impuso la dictadura permitió repensar el concepto de asistencia, eliminando dogmatismos y principios que se habían negado en el proceso de reconceptualización, tratando de combinar un concepto de asistencia guiado por principios educativos, orgánicos y democráticos. Así,

el compromiso del Trabajo Social con el proceso de liberación popular también adquiere un sello particular durante este período. La aguda crisis, la desarticulación del movimiento popular y el cierre de los espacios políticos, nos lleva a re-descubrir y valorar el espacio de lo social, de la vida cotidiana y la fuerza de las organizaciones populares que emergen de las necesidades sentidas. Intuimos, entonces, que estamos ante un nuevo proceso de recreación del Trabajo Social, aunque incipiente y carente de “teoría”, creemos que le otorga un nuevo sentido que es necesario desentrañar y debatir (Editorial, Revista Apuntes para el Trabajo Social,1983, p. 8).

Estos debates no circularon solo en el campo de la disciplina del Trabajo Social. Las nociones de lo popular, la autonomía, la importancia de la democracia, de lo cotidiano, de la rearticulación de las bases de asociatividad, la distancia respecto del Estado como benefactor y la redefinición de los sujetos desde identidades múltiples, formaron parte de los múltiples nudos que también se estaban dando en la historiografía y en la sociología, en la antropología e incluso en la economía, en el marco del amplio proceso de la renovación socialista (Moyano, 2010). Por ello, es importante situarlos contextualmente dentro de un diálogo mayor, de ajuste de cuentas con los partidos políticos y sus propios debates, con las viejas nociones de clase y la conciencia de clase, la revolución y el cambio social, así como con los paradigmas estructuralistas y marxistas. Detrás de estas reflexiones se aportaba también a los debates que estaban redefiniendo la política y lo político.

Por ello resulta tan relevante la declaración que hacen las trabajadoras sociales cuando enuncian que

A trabajar otras opresiones más allá de las estructurales, cuyo enfrentamiento no es dependiente ni posterior al enfrentamiento de la opresión de clase: Para transformar la realidad, para lograr la libertad, es preciso saber que las opresiones son vencibles, haber vivido la experiencia de vencerlas saber que es posible transformarlas en un proceso donde las pequeñas y cotidianas opresiones se van ligando y encontrando raíces en las dimensiones del orden social y, donde las transformaciones en el mundo de la vida cotidiana y privada anticipan la potencialidad de transformaciones en el mundo de lo social y lo político. Esto, resulta especialmente válido para el trabajo con mujeres; cuando las mujeres viven, por ejemplo, la experiencia de transformar sus relaciones familiares, de pareja, su vida sexual, pueden imaginar y creer en un proceso de liberación colectiva” (Editorial, Revista Apuntes para el Trabajo Social, 1983, p. 9).

En suma, asumir con fuerza que el nuevo sentido que adquiere el Trabajo Social sería el de “apoyar la constitución y desarrollo de movimientos sociales autónomos” (Editorial, Revista Apuntes para el Trabajo Social, 1983, p.10)

En otras palabras,

Este Trabajo Social reconoce sus raíces en el Trabajo Social tradicional por cuanto rescata como objetivo el central el Bienestar, pero lo amplía al concepto de calidad de vida que incluye no solamente el logro de mejores niveles de vida y bienestar sino también “la posibilidad colectiva de tomar parte de su propio destino. La calidad de vida no es sólo el objetivo central sino el puno de partida para el trabajo con los grupos populares: “las necesidades sentidas” pero tratadas desde el punto de vista de las personas que las experimentan (Editorial, Revista Apuntes para el Trabajo Social, 1983, p. 11).

En síntesis, el Trabajo Social debía buscar desarrollar la autonomía de los actores sociales, para que desde sus propios medios puedan gestionar sus necesidades, reestableciendo una nueva relación con el Estado, menos asistencialista y menos benefactora. A la postre, el desarrollo de un sujeto capaz de reflexionar desde su propia experiencia y proponer formas de solución a su realidad, para transformarla en alianza con el Estado y no dependiente de sus canales de acción.

Para las trabajadoras del Colectivo, el Estado Benefactor fue limitante para el protagonismo populary, el actual Estado subsidiario un agudizador de las contradicciones sociales. Es en esa disyuntiva donde el nuevo Trabajo Social debía ponerse al servicio de los movimientos sociales y su especificidad. Ese era el debate que, a 10 años del Golpe, se instalaba en Chile, en un marco donde la esperanza que generaban las protestas sociales y la crisis económica, parecían revitalizar la asociatividad popular y en ese contexto, debe entenderse la crítica al proceso de reconceptualización que seguía siendo clave en el espacio de CELATS y ALAETS.

Lo anterior estaba en estricta relación con el léxico cultural de renovación de las izquierdas. No podemos desprender este debate de dicho contexto político, porque de otra forma se desvirtúa su potencial transformador, que históricamente fue más allá de lo que terminó siendo la transición a la democracia en Chile. De allí que para las trabajadoras del Colectivo la ‘democracia’ debía entenderse

como calidad de vida social que intenta dar respuesta al complejo de necesidades inherentes a la condición humana. Lo que define a la democracia es la calidad y la naturaleza de los medios que emplea para el logro de los objetivos sociales. Los objetivos económicos pueden ser los mismos en un gobierno autoritario o en un sistema democrático; la diferencia radica en los medios utilizados para lograrlos. En ese sentido, la libertad, la tolerancia por la diversidad, el respeto, la resolución consensual de los conflictos, que son los medios que deberían caracterizar a la democracia, responden justamente a las “otras necesidades”, como los que se generan en los regímenes autoritarios y dictatoriales (Editorial, Revista Apuntes para el Trabajo Social,1984, p. 6).

Su crítica rotunda a un sujeto predeterminado por las condiciones estructurales fue parte de un debate mayor, que ponía particular énfasis en la autonomía y en las identidades colectivas, siempre contingentes e históricas. De allí puede explicarse el desplazamiento de los temas que fueron abordando en sus debates, escritos y encuentros, muchos de los cuales han sido criticados extemporáneamente por haber disuelto o minimizado los nudos gordianos de la sociedad capitalista. Sin embargo, es necesario situarlos en un contexto donde la idea de autonomía del sujeto popular y sus necesidades sentidas eran, en el debate político de las izquierdas, bastante más radicales que las ofertas teóricas provenientes del estructuralismo, del funcionalismo y del marxismo ortodoxo, que no podía explicar lo que estaba sucediendo en el mundo popular.

Considerando lo anterior, es que en el debate aparece la idea de que la

vivencia y la práctica autoritaria son entonces enraizadas en la cotidianeidad y su superación aparece como un desafío mucho más grande que la pura construcción del discurso democrático alternativo. Mejorar nuestra calidad de vida a través de la democratización permanente de las relaciones sociales obliga a reconocer y superar no solo las estructuras sociales de opresión sino también reconocer las necesidades humanas y los hábitos en que está anclado el autoritarismo o bien de que ellos reciban una respuesta superadora en la democracia (Editorial, Revista Apuntes para el Trabajo Social, 1984, p. 10).

En esa perspectiva en el año 84 se publicó por SUR el libro “Mujeres de la ciudad, historia de vida en doce episodios” (SUR, Programa de la Mujer Pobladora, 1984), donde se recorre en voz de sus protagonistas las experiencias de la pobreza, en un intento por recuperar precisamente esa dimensión autónoma y no mediada del relato social. Temas referidos a sexualidad, salud, escolaridad, asalarización y la política, se vuelcan bajo una selección de voces de pobladoras, tratando de ser consecuente con el ideario del educador popular, que se esgrimía como un mediador inocuo de las voces de los sin voz, cuestión que también fue parte de los debates de la izquierda desde sus posiciones más autonomistas, de las que participaban algunas de las trabajadoras de este colectivo y que se pusieron rápidamente en entredicho, a propósito del contexto nacional de movilización social.

Las jornadas de protestas sociales iniciadas en mayo de 1983 que fueron un farol en la oscuridad, rápidamente se convirtieron, hacia agosto de 1984, en un foco de alerta y de autocrítica, particularmente respecto de las concepciones del mundo popular y la autonomía. Para las mujeres del colectivo, ese sujeto popular que había despertado toda una reflexión epistémica, a propósito del encuentro con lo solidario y que se levantaba con rabia frente a un modelo represivo y neoliberal, mostraba debilidades, “porque si bien se moviliza masivamente, mostrando que ha perdido miedo y que está más descontento que resignado, las protestas expresan la masividad del descontento, pero también la debilidad de la organización, la falta de unidad y la casi nula capacidad de incidir consciente y políticamente en la situación nacional” (Gallardo, 1984, p.37). Hay descontento, se concluía, pero

no hay alternativas de superación de la situación. Los pobladores participan como sector de apoyo, son convocados, pero no convocan. Sus problemas casi no son objeto de debate político, de movilización del resto de los sectores sociales y políticos (...) aparece aislado socialmente y no logran romper el localismo en pos de su unidad orgánica nacional y con propuestas propias (Gallardo, 1984, p. 37).

La dura autocrítica converge con lo que ocurría en otros espacios académicos independientes, particularmente en FLACSO, en ECO y en Sur (Moyano y Garcés, 2020), espacios que cohabitaban las mujeres del Colectivo de Trabajo Social. Estas advertían en 1984 que,

el proceso de apertura muestra también otro límite de la auto referencia. Al centrar todo en lo social, en las nuevas formas de hacer política, abandonando el ámbito de la política pública, desentendiéndose muchas veces de la política partidaria, esta práctica puede llevar como germen la sacralización de la división que pretende romper: la división entre dirigentes y dirigidos, entre representantes y representados; la división entre movimientos sociales-corporativos y partidos políticos-dirección política. Negando en este proceso la afirmación que da sentido y coherencia al Trabajo Social popular, promover las transformaciones de las bases populares en sujeto de su historia y futuro, y contribuir a la constitución de una alternativa popular para el país que resuelva los agudos problemas económicos y sociales del país y que a la vez garantice la existencia de un tejido democrático autorreproductible(Gallardo, 1984, p.38).

La ilusión autonomista y movimientista era declarada casi a la par de su constitución, mostrando las tensiones que cruzaron a las propias trabajadoras sociales. Los debates sobre el nuevo Trabajo Social eran también una dura crítica a las bases de su identidad profesional y epistémica. Así, casi en conjunto con la necesidad de dotarse de nuevos referentes teóricos, se iban desechando aquellos que chocaban con la realidad de la intervención social reflexiva. Quizás menos ingenuas que al comienzo, estas trabajadoras sociales, dejaron de aferrarse a verdades o a ideologías, y optaron por un eclecticismo heterodoxo que les permitiera realizar una nueva identidad socioprofesional y política. Aquí reside, quizás el principal valor de la recuperación de su experiencia.

En el número 6 de diciembre de 1984, Diego Palma escribe en la sección Tribuna de la Revista del Colectivo, que las reflexiones teóricas que abogaban por una profesionalización del Trabajo Social y que se habían ido distanciando de los procesos de reconceptualización de los años 60, podían tener un futuro si lograban ser capaces de sacar lecciones de la experiencia social efectiva. En otras palabras, si bien

estos problemas no son exclusivos del Trabajo Social, sino que atraviesan a una gama muy amplia de profesiones, en la medida que éstas buscan definirse, no según los roles que socialmente se les ha asignado, sino en función del servicio que prestar referido a la situación concreta de los usuarios... Es privilegio del Trabajo Social el haber sido la avanzada en cuanto a formular estas preguntas y haber iniciado la búsqueda de respuestas, aun cuando éstas no siempre hayan sido las más felices (Palma, 1984, p.26)

En 1985, después del terremoto que azotó la zona central, el fallido Acuerdo Nacional para la Transición plena a la Democracia y las debilidades que mostraban los avances de una apertura política que modificara las viejas prácticas aliancistas de antaño; las mujeres del colectivo reflexionaban sobre la necesidad de cambiar cualitativamente las posturas y conductas sociales. En ese contexto recuperan la necesidad de debatir sobre la relación entre mujer y política. Ellas enfatizan que, la política comprendida como una esfera particular del poder y lo público, no permite el ingreso de la mujer o, lo hace de manera siempre contradictoria y subordinada. Sin embargo, al cambiar su concepción, bajo una perspectiva desde lo cotidiano, puede mutar positivamente para nutrir un futurohorizonte democratizador. Así, plantearon que

Si ponemos frente a frente la palabra de los partidos- su discurso y sus proyectos-, con la vida de las mujeres pobladoras y sus maneras de hablar de la política; nos encontramos con una oposición que limita con la incompatibilidad. Es que ellas vivencian la política como un tejido, donde cada hebra está anudada a otra y no es posible referirse a una, sin que tengan presencia en las demás. Esto es lo que oponen al discurso fragmentado que los partidos entregan, haciéndose cada vez más nítidas las relaciones de subordinación y secundariedad que necesariamente se han establecido. La fuerza de las demandas de las mujeres, sumada a su trayectoria ya no permiten esperar acogidas o buenas voluntades. Sólo exige un lugar. Los caminos que quedan aún por recorrer habrá que ir tratándolos al calor del debate y de nuestra experiencia. Al menos está claro que nuestras demandas son sinónimos de subversión (Marshall, 1985, p.17)

La resignificación de los talleres de educación y salud popular, los comedores populares y talleres de sexualidad, permitieron repensar las relaciones entre género y clase, desde una dimensión de lo cotidiano. Esta metodología posibilitó “la revalorización individual de la mujer, la socialización de su problemática sexual y ganar la calle como espacio de protesta” (Marshall, 1985, p.21-22), resignificando las relaciones sexo-genéricas, las identidades sexuales y visibilizando la relación virtuosamente nefasta que existe entre patriarcado y dictadura militar. Con todo, también expresaban su incipiente duda sobre cómo se integraría la mujer a la futura democracia, de no avanzarse en una deconstrucción de la concepción dominante de la política. Advertían ahí un nudo gordiano, que finalmente no logró destrabarse en lo sustantivo.

Hacia fin del año 85, en diálogo con debates europeos que mostraban la crisis del modelo del Trabajo Social en sociedades con estado de bienestar en crisis, las trabajadoras sociales del colectivo volvían sobre la urgente necesidad de reflexionar sobre y desde la práctica. En esa línea, la sistematización de lo que había venido a llamarse como el Trabajo Social solidario, se encuentra ya más perfilado y definido como parte de una

perspectiva de la construcción de una sociedad democrática y del movimiento popular, para lo cual procura contribuir a la elevación de la calidad de vida de las grandes mayorías excluidas. Es una experiencia de Trabajo Social inserta en un proceso popular cuyos actores sociales son principalmente mujeres, jóvenes, niños y hombres cesantes. Ellos acceden a la organización solidaria para poder subsistir y allí experimentan el valor de la organización popular y de la solidaridad (Marshall, 1985, p.25).

En suma, solidaridad no asistencial, construcción de autonomía, mediación racional y de comprensión, conciencia de la acción performática del Trabajo Social, estuvieron en el centro de la redefinición de una disciplina, que, sin abandonar principios liberadores, se quitó las ortodoxas visiones de lo absoluto. Más cotidianeidad, más diversidad, más identidades múltiples, más agencia y menos estructuras están a la base de la redefinición que se hace desde una práctica social, experimentada y narrada casi al mismo tiempo de su ocurrencia. Aquí están los aportes de una experiencia de Trabajo Social, que descontextualizadamente puede ser leída erróneamente como abandono y traición a los ejes redentores que estaban en teorías de corte marxistas, particularmente en las versiones (distintas, pero coincidentes en algunos aspectos) de Althusser (1974) y Lukács(1923). En pleno proceso de revisión del aparataje teórico de las izquierdas, las mujeres del Colectivo de Trabajo Social hicieron suya la tarea de reflexionar desde la práctica social de la solidaridad, para repensar, por, sobre todo, la autonomía de los actores y los potenciales de una futura democracia.De la mano de autores como Diego Palma, Norbert Lechner, Agnes Heller y Alvin Gouldner redefinen la política, lo político y optan por el espacio de lo cotidiano como el lugar privilegiado de la intervención y promoción social.

Desde esos marcos, con escozor y desazón, tempranamente visualizaron los límites de un horizonte democratizador sino se afectaba precisamente la capacidad de agencia de los actores sociales y se retomaba acríticamente, la política pública benefactora, que mostraba límites incluso en los países desarrollados. En octubre de 1989, a pocos meses de iniciarse el nuevo gobierno democrático plantearon,

Tal vez porque en la medida que nuestro sello es aportar desde las experiencias, no podemos hablar desde lo que no conocemos. Intuimos que se van a necesitar experiencias nuevas, que respondan a las nuevas condiciones, que incorporen lo aprendido, pero básicamente miren al futuro, y esto todavía no lo hemos hecho (Editorial, Revista Apuntes para el Trabajo Social, 1989, p.5).

4. Conclusión

Recuperar la experiencia de trabajadoras sociales y sus prácticas reflexivas en contexto de dictadura, nos parece no sólo un ejercicio de historia sino también de memoria. Resituarlas en un contexto de represión, donde se ponía en juego la vida, donde cada acción de intervención social podía mal interpretarse por el régimen, hizo de su experiencia una particular forma de ser intelectual, trabajador social y militante de oposición. Esa triada debe articularse históricamente para comprender los debates que compartieron, las lecturas que realizaron y los giros conceptuales y metodológicos que asumieron, dentro del campo del propio Trabajo Social.

Tal como ellas mismas relevaron, el Trabajo Social no era una disciplina donde la reflexión teórica fuera abundante y sus practicantes miraban ese ejercicio con distancia y lejanía. Sin embargo, el compartir espacios con otros cientistas sociales en un contexto de rediscusión de los marcos teóricos que habían permitido la expansión y consolidación de estas disciplinas, fue no solo un ejercicio abstracto, sino de sobrevivencia vital, de re-identificación política, de recuperación del sentido de la acción y particularmente de redefinición del sentido militante. Las mujeres del Colectivo de Trabajo Social, heterogéneas en sus prácticas, compartieron el complejo mundo de la renovación de la izquierda y sus reflexiones no pueden ser descontextualizadas, so riesgo de perder la riqueza de su experiencia histórica. Este ejercicio de historia intelectual permite recuperar las tensiones de esos derroteros, en que se construía una identidad a la par que se avanzaban en lineamientos epistémicos y metodológicos de la disciplina.

Su aporte, mayor o menor, en la formación de nuevas cohortes de trabajadores sociales, una vez que retornó la democracia, puede evaluarse por sus propias colegas. Desde la historiografía cabe la función de resituar el campo de las reflexiones teóricas y metodológicas producidas en un contexto social e intelectual particular. Las claves de lo local, de la auto organización, de la dimensión de la participación situada y en función de ejes como salud, género, educación y bienestar, fueron las últimas huellas reflexivas que dejaron en las páginas de su revista Apuntes para el Trabajo Social,nacidas de las prácticas de intervención-acción, fuera del espacio universitario y en condiciones de adversidad. Su recuperación a más de 30 años debe recuperarlas en esa dimensión temporal.

Un ejercicio compartido de interdisciplina que permita una comprensión crítica del trabajo social contemporáneo en Chile es, sin duda, un desafío por delante.

Notas

1 Doctora en Historia, Académica Titular del Departamento de Historia de la Universidad de Santiago de Chile. E-Mail: cristina.moyano@usach.cl
ORCID: https://orcid.org/0000-0002-4517-2688

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