Contextos sociales y Trabajo Social en América Latina

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Maria Lúcia Martinelli

Resumen

Trabajo Social: una profesión de naturaleza socio-histórica

El trabajo social es una profesión intrínsecamente vinculada a la historia y que tiene por materia prima de trabajo las múltiples expresiones de la cuestión social, la cual se instituye como fruto de las contradicciones entre el capital y el trabajo, especialmente a partir de la Revolución Industrial que se inició en Inglaterra al final del siglo XVIII y que, a lo largo de la primera mitad del siglo XIX, se irradió por toda Europa occidental. (Martinelli, 2001; 2004) Se trata, por tanto, de una cuestión ontológica que condensa luchas sociales de sujetos individuales y colectivos en el enfrentamiento de las desigualdades y opresiones de la sociedad del capital en varios momentos de la historia. Reconocerla como elemento base de la profesión, coloca la exigencia de permanente interlocución con el proceso socio- histórico. Como trabajadores sociales, tenemos que desarrollar, hasta por deber de oficio, la capacidad de ser atentos lectores tanto del movimiento de la propia sociedad como de las cambiantes dinámicas que se expresan en el cotidiano de la vida de los sujetos con los cuales trabajamos. Somos profesionales que nos desempeñamos entre estructura, coyuntura y cotidiano, pero, es en el cotidiano que nuestro trabajo profesional se realiza, es ahí que se sitúan claramente las determinaciones políticas, sociales, históricas, culturales que impregnan las demandas que nos son presentadas por los sujetos que buscan los servicios institucionales. Un desafío importante, en esta perspectiva de análisis, es reconocer que la profesión, como un tipo peculiar de trabajo y como forma de especialización del trabajo colectivo, tiene una dimensión política que le es constitutiva y que se expresa hasta en el menor acto de nuestra vida cotidiana. La profesión tiene significado sociohistórico, recibiendo impactos de las transformaciones societarias, al mismo tiempo que produce, también, impactos en los procesos sociales, en la formulación de políticas y en los propios patrones de intervención profesional. Somos entonces trabajadores sociales asalariados. Insertos en la división social y técnica del trabajo, lo que hace que nuestro trabajo profesional cotidiano se realice en una realidad compleja y contradictoria, donde están en juego múltiples determinaciones de naturaleza macro social, que no sólo influencian la profesión como en verdad la constituyen (Lamamoto, 1998, 2009). Ciertamente, estamos partiendo aquí de una concepción socio-histórica de la profesión, en la cual el trabajo social es visualizado como especialización del trabajo colectivo y su práctica como materialización de un proceso de trabajo que tiene como objetivo el enfrentamiento de las incontables expresiones de la cuestión social (Matineli, 2012). Esto le da un carácter eminentemente dinámico, permitiéndonos pensar el trabajo social como una profesión histórica e instituyente, una verdadera construcción social. En esta perspectiva, el sentido y la direccionalidad de la acción profesional demandan un permanente movimiento de construcción/ reconstrucción crítica, pues proyectos ético-políticos y prácticas profesionales deben pulsar con el tiempo y con el movimiento. Ambos son actos políticos, son productos de sujetos colectivos en contextos históricos determinados (Martineli, 2004:17-20).


Trabajo Social: una profesión de intervención

La transición del siglo XX al siglo XXI fue marcada por profundas transformaciones societales que alcanzaron todos los niveles de la vida social y al conjunto de las profesiones. En este período histórico asistimos a un rediseño de la propia sociedad. La filósofa brasileña Marilena Chauí (2000, 2006) afirma en sus estudios sobre sociedad contemporánea, que en las últimas décadas del siglo pasado asistimos a un verdadero desmonte de la sociedad, a una verdadera implosión de derechos sociales conquistados hace más de doscientos años, con duras luchas, desde la Revolución Francesa, en 1789. El trabajo socialmente protegido, una legislación trabajadora consistente, acceso a bienes y servicios socialmente producidos, derechos consagrados en Cartas Constitucionales y en la legislación pertinente, se desplomaron delante de nuestros ojos. Con el avance del proceso de globalización y con los ajustes neoliberales cayeron por tierra todos estos derechos. Es un momento de la historia en que “todo lo que es sólido se esfuma en el aire” (Marx, 1981: 34). La edificación con la cual convivimos durante décadas desapareció de nuestro horizonte: una sociedad que se organizaba a través del trabajo y que a partir de él contaba con una protección trabajadora, con una protección social. El trabajo es constitutivo de la praxis humana (Marx, 1986: 201-209). Sin embargo, desde la década de los setenta hasta la fecha, por fuerza de los ajustes de las agencias económicas internacionales y de la expansión de las políticas neoliberales, comienza a ocurrir una descentralización del trabajo como modo de organización de la vida en sociedad. En el modelo hasta entonces vigente, trabajo, empleo y protección social componían una tríada orgánicamente articulada. Al perder el trabajo como instancia organizativa de la vida social, perdimos mucho de aquello que significa protección legal al trabajo, protección social al ciudadano. Deviene evidente que, en el ámbito de las políticas neoliberales, somos considerados ciudadanos trabajadores en cuanto estamos a disposición del capital. Al dejar el mercado formal del trabajo, rápidamente el trabajador pierde su inserción de clase y sus derechos laborales y sociales. En este sentido, el análisis del sociólogo Ricardo Antunes (2001; 2005) de que tenemos hoy una nueva “morfología de la clase trabajadora”, integrada por los trabajadores informales, precarizados y, hasta, desempleados, pero todos sometidos a la lógica del mercado. Su fuerza de trabajo ya no despierta más el interés del empleador. Son hombres, mujeres, jóvenes, adultos, ancianos que tienen su vida consumida en la ardua lucha por la sobrevivencia, lo que acaba por debilitar sus referentes de identidad y de ciudadanía. Ciertamente esto trae profundas repercusiones que no afectan solamente la materialización del proceso de trabajo, sino que también afectan nuestra subjetividad (Antunes, 2001). Todos somos tragados por este espiral. Eric Hobsbwan (1995) uno de los más grandes historiadores marxistas de nuestro tiempo, en su libro “Era dos Extremos” realiza un análisis sobre América Latina señalando que la crisis intensa del capital se acompaña de una creciente desigualdad social (421-430). Hay una profunda desreglamentación del mercado de trabajo, acarreando grandes dificultades para que la clase trabajadora pueda tener acceso a los derechos sociales y a los bienes socialmente producidos. La financierización del capital, desvinculándolo de la relación de trabajo, viene produciendo impactos substantivos sobre la clase trabajadora (Lamamoto, 2007). La expansión del pensamiento conservador, favorecido por el ideario liberal que se contrapone a la consolidación de principios democráticos, se extiende por toda la sociedad determinando la pérdida de patrones civilizadores y la desatención con la vida humana. En el plano de las políticas públicas y de su operacionalización, hay dificultades para establecer principios realmente educativos que busquen hacer efectivo el acceso y garantía de derechos para los sujetos que son demandantes de las prácticas institucionales. En fin, lo que está en juego es un nuevo ciclo de profundas transformaciones que envuelven tanto las fuerzas productivas como las relaciones de producción. Este es el momento histórico que vivimos hoy, esta es la realidad en la cual nos corresponde intervenir. Somos profesionales cuyo proceso de trabajo está dirigido a producir enfrentamientos críticos de la realidad, por tanto, necesitamos de una sólida base de conocimientos, aliada a una dirección política consistente que nos posibilite desvendar adecuadamente las tramas coyunturales, las fuerzas sociales presentes. Es en este espacio de interacción entre estructura, coyuntura y cotidiano que nuestro trabajo se realiza. Es en la vida cotidiana de las personas con las cuales trabajamos, que las determinaciones coyunturales se expresan. Así como necesitamos saber leer las coyunturas, requerimos también saber leer lo cotidiano, pues es ahí que la historia se hace y es ahí que nuestro trabajo se realiza. Seguramente no estamos pensando en lo cotidiano como un espacio repetitivo, vacío, y, en los términos de la socióloga húngara contemporánea Agnes Heller (1972), como un espacio contradictorio y complejo donde la realidad se revela, donde los problemas se expresan. Saber leer la coyuntura a partir de lo cotidiano significa identificar acontecimientos, contextos, relaciones de fuerza, para saber dónde y cómo actuar. En este sentido requerimos de una sólida base de conocimientos, de una “mirada política” como lo denomina la ensayista argentina Beatriz Sarlo (1972), que nos permita “agudizar la percepción de las diferencias como cualidades alternativas y saber descubrir las tendencias cuestionan o subvierten el orden” (55-63). El conocimiento al que la autora se está refiriendo, y con el cual concordamos, no es el conocimiento contemplativo, solitario, propiedad de algunos intelectuales iluminados. No, el conocimiento al cual nos estamos refiriendo, y del cual nosotros/ as trabajadores sociales necesitamos, es de otra naturaleza, pues es un conocimiento socialmente construido, políticamente dimensionado, fruto de la construcción colectiva. Estamos viviendo un momento histórico de la mayor importancia, en el cual tenemos que asumir realmente el coraje de transformar nuestro conocimiento silencioso en conocimiento compartido. Es necesario dejar más claro que nosotros sabemos, que asumir que sabemos, pues el saber que el trabajador social domina viene de todos sus conocimientos teóricometodológicos, así como también del conocimiento de la realidad donde actuamos. La posibilidad de trabajar en lo cotidiano a partir de esta perspectiva es de una riqueza impar y ahí se instituye una particularidad de nuestra profesión, porque ésta de naturaleza interventiva, con un profundo significado social. El trabajo social, desde sus orígenes, es una profesión que tiene un compromiso con la construcción de una sociedad humana, digna y justa. Este es el núcleo principal de nuestro proyecto ético-político, es nuestro compromiso de cada día. Lo social que está presente en la denominación de nuestra profesión es parte de nuestra identidad. Es un “social” que sintetiza múltiples determinaciones: políticas, económicas, históricas y culturales. Por tanto, para realizar bien nuestro trabajo, tenemos que intervenir en esta gama de determinaciones, que están presentes hasta en el más pequeño acto de nuestra vida cotidiana: en la atención de turno, en la solicitud de la ayuda, en la visita domiciliaria, como también en el trabajo con los movimientos sociales, con los líderes comunitarios, en las negociaciones políticas. Por todas estas circunstancias es fundamental que tengamos una dirección social claramente posicionada. Para orientar nuestras acciones, relaciones y decisiones. En otras palabras, se torna indispensable que tengamos un consistente proyecto ético-político profesional, o sea, un proyecto construido colectivamente por la categoría profesional, que se articule con un proyecto societario más amplio y que sea un norte para nuestras acciones profesionales. Los proyectos societarios tienen en su horizonte una imagen de sociedad a ser construida, dirigiendo a la sociedad en su conjunto. Ya los proyectos profesionales: “Presentan la auto-imagen de una profesión; eligen los valores que la legitiman socialmente; delimitan y priorizan sus objetivos y funciones; formulan los requisitos (teóricos, institucionales y prácticos) para su ejercicio; prescriben normas para el comportamiento de los profesionales y establecen los parámetros de su relación con los usuarios que reciben sus servicios, con las otras profesiones y con las organizaciones y instituciones sociales privadas y públicas (entre estas, también es destacado el Estado, el cual ha tenido históricamente el reconocimiento jurídico de los estatutos profesionales)” (Netto, 2003: 274-275). El proyecto ético-político tiene una naturaleza histórica. No es un producto endógeno, listo y definitivo. Por el contrario, es una construcción histórica de larga duración, que se hace en medio de un complejo juego de fuerzas políticas y sociales. Su consolidación y su legitimación deben ocurrir en el propio proceso histórico, en el propio ejercicio de la profesión. Lo que en palabras del mismo autor, implica: “Los elementos éticos de un proyecto profesional no se limitan a normatizaciones morales y/o la prescripción de derechos y deberes, sino que envuelven además las opciones teóricas, ideológicas y políticas de los colectivos y de los profesionales. Por esto mismo, la contemporánea designación de los proyectos profesionales como proyectos ético-políticos revela toda su razón de ser: una indicación ética sólo adquiere efectividad histórica concreta cuando se articula con una dirección político-profesional” (280).


Mirando a los desafíos, reflexionando sobre el rol del Trabajo Social

Para pensar en el rol del trabajo social frente a los desafíos que mencionamos y que se hacen presentes en cada uno de los días de trabajo del profesional, es imprescindible una mirada atenta hacia la realidad, un cuidadoso análisis de la coyuntura. De modo bastante preliminar, destaco algunos de los problemas de orden coyuntural que inciden en nuestro campo de trabajo, así como en el contexto social más amplio. Entre ellos, de modo ilustrativo, cabe mencionar: • la crisis intensa de capital y la creciente desigualdad social; • la desreglamentación del mercado de trabajo; • la financierización del capital, desvinculándolo de la relación de trabajo; • la expansión del pensamiento conservador, apoyado en el ideario neoliberal, contraponiéndose a la consolidación de los principios democráticos de acceso a los derechos sociales por la clase trabajadora; • el debilitamiento de la vida social, precarizando los modos de inserción y pertenencia social; • la fragilización de la esfera pública en términos de control social; • la política social autoritaria, desalojada de derechos, vacía de lo social; • el empobrecimiento de amplias franjas de la población, sin acceso a los bienes y servicios socialmente producidos; • la pérdida de sustancia política de la cuestión social y de la pobreza; • la dificultad de reconocer las personas que buscan el trabajo social como sujetos políticos, llenos de derechos, pero sin poder accederlos. Entendiendo que las dinámicas soque son siempre cambiantes y que los procesos históricos se desarrollan de modo complejo y contradictorio. Podemos, en este mismo escenario de crisis, visualizar también algunos estímulos a la ruptura: • Hay nuevos sujetos políticos y nuevos modos de hacer política, siendo los movimientos sociales la expresión concreta de esta realidad. • Hay nuevas relaciones de género, marcadas por el protagonismo de las mujeres. • Hay una vitalización de las luchas políticas por derechos. • Hay un reconocimiento de la dimensión política de la acción profesional, como campo de lucha social, como disputa de significados. • Existe el reconocimiento de que las profesiones reciben impactos societarios, pero también ejercen impacto. • Existe el reconocimiento de que las profesiones se transforman en la misma medida en que se transforman las condiciones socio-históricas en que se da su materialización, razón por la cual se vuelve indispensable la profundización del debate teórico-metodológico y ético-político con vistas a establecerse la dirección social de la profesión y de la formación profesional. Por otro lado, hay un conjunto de requisitos para que estos objetivos sean alcanzados y para que la profesión pueda insertarse en la construcción de un nuevo tejido social, de una sociedad más justa, más digna y humana. Entre ellos, como mínimo, se impone incluir: • una concepción clara de profesión; • una concepción clara de la dirección social de la profesión; • una legislación profesional substantiva; • un conjunto de directrices para la formación profesional; • un currículum de curso capaz de viabilizar estas directrices; • un lugar social claro y definido para la profesión, en sus relaciones con las demás profesiones y con la sociedad más amplia. En el caso de la experiencia brasileña, un elemento clave para ofrecer el soporte para el alcance de los mencionados objetivos, así como para la consolidación del lugar social de la profesión, es la existencia de un Código de Ética Nacional, construido por el propio colectivo profesional. Otros puntos fundamentales son la legislación que reglamenta la profesión y también los currículos y los planos de estudios de grado y posgrado, con una mirada ideo-política e interdisciplinaria. Pero es indudable que el elemento fundante de todo este conjunto de exigencias y también su objetivo es un profesional crítico, maduro, propositivo, calificado teóricamente, capaz de leer la coyuntura, de desvendar el juego de fuerzas sociales y, sobre todo, con mucho coraje para luchar contra los obstáculos que se interponen en su trayectoria. Estamos hablando de un profesional que pueda mirar a la gente sencilla que demanda sus trabajos, como la miraba el gran poeta Pablo Neruda (2001) “lo mejor de la tierra, la sal del mundo…”. Que sus palabras, al recibir en Suecia el Premio Nobel de Literatura, en diciembre de 1971, “La poesía no habrá cantado en vano” (21), puedan trasladarse para nuestro campo profesional, sonando como un verdadero imperativo ético a decirnos que el trabajo del trabajador social jamás sea hecho en vano.


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Cómo citar
Martinelli, M. (2018). Contextos sociales y Trabajo Social en América Latina. Revista Intervención, 1(3), 52-56. https://doi.org/10.53689/int.v1i3.15
Sección
Palabras y cosas
Biografía del autor/a

Maria Lúcia Martinelli

Postdoctorado en Historia de las Ideas Contemporáneas, por el Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Sao Paulo, Brasil.

Doctora en Servicio Social de la Pontificia Universidad Católica de Sao Paulo, Brasil.

Asistente Social y Magister en Trabajo Social, PUCSP